Guillermo O. Sierra


Por las más obvias razones debemos defender que somos y pertenecemos a una sociedad amplia, diferente, polifónica…; por supuesto, esto no quiere decir que los ciudadanos que conforman esta infinita diversidad no tengan nada en común. La moral de una sociedad pluralista se consolida en la medida en que en ella conviven personas que tienen diferentes puntos de vista y concepciones morales de lo que es la vida buena y feliz; esto correspondería a lo que la profesora Adela Cortina, denomina como "máximos de felicidad" y de bondad. Y, al mismo, tiempo hay que comprender que se logra la convivencia porque entienden que debe haber unos, también expresado por la filósofa Cortina, "mínimos de justicia" que se deben compartir y respetar. Entender esto así, sería lo que podría denominarse como civilidad.
Abordar temas como el de la libertad en el sentido de autonomía moral y política, la igualdad de oportunidades en aras de adelantar proyectos de vida digna; la solidaridad, desde la perspectiva de realizar acciones para apoyar a los más vulnerables en la búsqueda de que alcancen mejores niveles de vida; de diálogo, mejor, de conversación como una manera de contribuir inteligentemente en la resolución de los conflictos, no es posible si no está envuelto en un gran caparazón de respeto.
Y justamente sobre este concepto tengo una gran preocupación. El respeto es un valor que se difumina cada vez más en la cotidianidad, que ha dejado gradualmente de ser activo. Por eso, creo que debemos preguntarnos cómo podemos lograr libertad, conseguir oportunidades, ser solidarios, buscar justicia, equidad, ser incluyentes, si la constante es el irrespeto, si con nuestras actuaciones no entendemos que pensamos distinto, que somos diferentes, y que esto tiene que estar basado en el respeto. El irrespeto atenta contra la vida en todas sus manifestaciones: no nos deja ser y terminamos minando lo que tocamos; nos pasaría justamente lo contrario de la fábula del Rey Midas. Los comportamientos irrespetuosos contribuyen con el subdesarrollo, con el fortalecimiento de Estados y gobiernos dictatoriales. El irrespeto que, por sí mismo, es violento, estimula los resentimientos, los odios, los malestares culturales.
Ser respetuosos implica reconocer que todos somos responsables de lo que nos suceda a todos; conlleva la fortuna de que no hacemos trampas, no estafamos, no mentimos, no le hacemos daño a nadie. Ser respetuosos es pensar en una sociedad razonable, es decir, en ciudadanos cuyos comportamientos, desde sus microrrelaciones, son justos, leales, honestos, amorosos, hospitalarios. Entender y practicar el respeto es ser conscientes de que debemos construir un país sano y limpio para nuestros hijos y los hijos de estos. Actuar de manera respetuosa es pensar con mucho juicio en la relevancia de cuidar el Planeta, sus recursos naturales, sin los cuales no podríamos existir.
El respeto obliga a ponerle todo el acento humano, muy humano, a la palabra, con la que podemos construir el camino -como autores de nuestro propio destino- de la comprensión, la compasión y el amor.
Me parece que deberíamos pensar juntos, todos, cómo recuperamos el respeto, más que para sobrevivir, para transformar este país. Pienso que nuestras acciones de todos los días deben ser el reflejo del profundo respeto que tenemos por los demás, que es lo mismo que decir que por la vida.
El respeto nos hace ser mejores seres humanos, más felices y más buenos. ¿Es mucho pedir?
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