Óscar Dominguez


De nuevo está de moda su majestad la lágrima. Lloró el portugués Ronaldo al recibir el balón de oro. Berreó y moqueó el rey Pelé cuando recibió el equivalente al Óscar honorario por haber convertido el gol en una de las bellas artes.
Debe estar que derrama lágrimas de cocodrilo el presidente Hollande, de Francia, no por infiel, sino por haberse dejado pillar con las manos en la masa, disfrazado de motociclista. Algo nada romántico tratándose de un paisano de Víctor Hugo. Su guardaespaldas era el encargado de comprarles cruasanes para las (¿intensas?) noches de amor.
Alistan lloriqueos los ganadores del Óscar que incluirán lamentables discursos, algunos leídos en papelitos, en los que agradecerán a la maestra de prekinder que les hubiera enseñado a distinguir la letra "a" de un perro caliente.
En Colombia, país de lágrima fácil, los de arriba también lloran. Debe haber llorado sobre su almohada el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, quien apoyó al procurador Ordóñez, en un pecaminoso cambalache de puestos por su voto. Chupe.
Y hace poco lloró el periodista Yamid Amat, director de CMI. La revista Semana informó que el veterano aplastateclas que goza la chiva periodística como si fuera el último orgasmo, berreó ante la tripulación del noticiero al anunciar en consejo de redacción el 1,2,3 y la ñapa de ese día: había fallecido un ser "humano" excepcional: Homero, su perro.
El turco Amat convirtió su rostro en una catarata del Niágara. Alguna garganta profunda filtró el drama de quien les firma la quincena y los regaña sin ninguna poesía. Los canófilos nos solidarizamos con este infatigable animal de la noticia.
Quería más a Homero que a sus zapatos viejos, levantarse tarde, comer con los dedos, chiviar, entrevistar personajes, jugar blackjack, rodearse de mujeres bellas que recitan las noticias, y apostar en las carreras de caballos.
Lo acompaño en su pena. En casa sufrimos la pérdida de Yiya, nuestra mascota. Tenía la edad de Homero y su libido se había aquietado. Casi nos da un patatús. Nunca la remplazamos. Creo que el Amat y miles más le ponemos papel carbón a lo que dijo alguien: no valdría la pena vivir si no hubiera perros.
Despachamos a Yiya por la vía rápida de la eutanasia. Le celebramos el aniversario de su muerte cada año. En nuestra tarjeta de navidad y año nuevo siempre aparece ella derrochando buenos deseos. Le damos gracias a Yiya por habernos mejorado el currículo. Lamento no haberle alcahueteado más despelucadas eróticas, pero actuaba como guardaespaldas de su virginidad. O mejor, tenía el encargo de que repitiera maternidades.
En alguna época el llanto era exclusivo de las mujeres. "Los hombres no lloran", nos cantaleteaban. Hasta que algún macho alfa descubrió las bondades de la liberación por la vía de la evacuación de las glándulas lacrimales. Lloramos y quedamos cero kilómetros. ¡Que viva el siglo de la lágrima!
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