María Leonor Velásquez Arango


El pasado 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la Mujer, una fecha en la que algunas personas aprovechan para manifestar su admiración y afecto hacia las mujeres; mensajes que despiertan gratitud en unas y sentimientos de discriminación en otras. Personalmente no tengo nada de feminista y reconozco que evidentemente la mujer ha tenido que trabajar duro para tener un reconocimiento y alcanzar posiciones públicas a lo largo de la historia, tema que sigue siendo complejo en algunas sociedades donde el poder está concentrado en los hombres y continúa crítico en algunos países y regiones en el mundo.
Con respecto a Latinoamérica, según el Banco Mundial, las mujeres han demostrado ser el mejor socio para el crecimiento económico, pero el logro de la igualdad real sigue siendo un desafío para la región. Según la economista y coordinadora regional de género del BM, Elizaveta Perova, ‘la participación de mujeres en la fuerza laboral aumentó radicalmente, pero la región exhibe una elevada brecha de género en el ingreso y las mujeres siguen contratadas en los empleos tradicionales como el sector servicios… se ha avanzado, pero no lo suficiente como para observar las mismas oportunidades laborales’.
En una línea distinta, pero dentro de mi curiosidad por explorar las diferencias entre hombres y mujeres en el contexto de la construcción de relaciones y el aporte al desarrollo de la sociedad, encontré un libro de la psicóloga chilena Pilar Sordo ¡Viva la diferencia! en el cual se muestran los resultados de una investigación de 3 años, con 4.000 hombres y mujeres, entre los 5 y los 90 años. El punto de partida del estudio es que el mensaje de que ser mujer es un problema lo hemos ido transmitiendo nosotras las mujeres, de generación en generación, algo que permea nuestra actitud frente a la vida, a las relaciones y por supuesto nuestro papel en el desarrollo de la sociedad.
En mis palabras diría que en parte ‘somos víctimas’ de lo que nosotras pensamos de nosotras mismas y es hora de empezar a sacudirnos; para hacerlo, es importante que hombres y mujeres seamos conscientes de lo que cada uno aporta, del valor que tiene la esencia femenina en la ternura, acoger, recibir y especialmente crear vida; así como la importancia del enfoque masculino en los objetivos y logro de metas.
El primer resultado de la investigación se asocia con las funciones naturales del óvulo y el espermatozoide, donde el primero se asocia con retener y el segundo con soltar. Un hombre no puede generar vida si no libera sus espermatozoides y una mujer no puede hacerlo si no tiene la capacidad de retener un bebé dentro de sí misma. Esta diferencia biológica se extiende a temas de comportamiento que afectan el rol de cada uno en las relaciones: las mujeres insistimos, intentamos, cuidamos y tratamos de mantener situaciones, mientras que los hombres se desprenden, cierran y dan vuelta a la página para seguir adelante en busca de sus objetivos.
Según el estudio, la biología es el origen de otras diferencias que se reflejan en nuestra vida cotidiana y que, insisto, probablemente son la causa de la dificultad que tenemos para construir y mantener relaciones sanas que contribuyan al desarrollo armónico de la sociedad. Me gustaría invitarlo a reflexionar cuáles de estas diferencias tienen que ver con usted y qué posibilidades se abrirían si fuéramos capaces de vernos e incorporar la perspectiva del otro género.
Las mujeres -lo femenino- nos movemos desde el afecto, nos interesa cuidar las relaciones y que todo alrededor esté bien; valoramos el proceso, cuidamos los tiempos y los detalles; tenemos la capacidad de reunir, juntar e integrar, podemos hacer varias cosas a la vez y por eso tal vez nos cuesta soltar, porque es difícil decidir qué deberíamos dejar de hacer; necesitamos hablar para resolver los conflictos; estamos entrenadas para ponernos tristes y llorar ‘por casi todo’ y de esa manera también tratamos de retener y por qué no decirlo ‘manipular’ un poco las relaciones; nos tomamos la vida en serio desde que somos niñas y nos cuesta trabajo sacar tiempo para jugar y disfrutar.
Por otro lado, los hombres -lo masculino- se mueven principalmente por el logro de objetivos y metas; valoran más el resultado y no dan mucha importancia al proceso emocional; están en capacidad de ordenar, separar y funcionar en compartimientos; se les facilita enfocarse en una sola cosa y prefieren quedarse callados cuando tienen un conflicto esperan a tenerlo resuelto para compartirlo; están entrenados para ponerse bravos ‘por casi todo’ y por eso también les es más fácil soltar; el juego y los juguetes son una parte importante de su vida y se toman el tiempo para ello sin remordimientos; su felicidad o infelicidad tiene que ver con los obstáculos que han tenido para lograr sus objetivos.
Interesantes diferencias, si tuviera el espacio podría compartir algunos ejemplos, pero estoy segura que tanto los hombres como las mujeres que estén leyendo esta columna podrán ilustrarlas con casos de la vida cotidiana, en su vida personal y en muchos de los espacios en los que estamos interactuando con el género opuesto; algunos podrán reconocer que, a lo largo de su vida por diferentes razones, ha sido valioso ir incorporando en su mirada masculina o femenina la forma de pensar y de ver la vida del otro.
Este es un tema fundamental en la construcción de relaciones y no me refiero solo a las relaciones de pareja, me refiero a las relaciones laborales, institucionales y de comunidad. Construir con el otro, que es parte de nuestra tarea como sociedad empieza por reconocer el sitio desde el cual entiendo la realidad y la capacidad que tengo de aceptar y valorar mi posición y las posiciones diferentes de otros.
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