Esteban Jaramillo


Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Aunque abstemio por convicción, quiero apurar un trago. La fiesta lo justifica… uno, o muchos más. Salir a gritar, como lo hice en el noventa, abrazando a Higuita en Israel, después del repechaje. O en el 94, al lado de Leonel y de Rincón; o en el 98 con Mondragón, ese gigante ejemplar de llanto fácil.
No deseo cerrar los ojos, como tantas veces lo hice, cuando obsesivas y lacerantes pasaban burlonas las imágenes del fracaso, imaginando momentos de gloria inacabados porque la selección se autodestruía. Pensar en ir al mundial, aquellos años, era como pretender atrapar el viento con las manos.
Hoy es distinto. Es la selección un canto irresistible, destinado a perdurar en la memoria. ¿Cómo declararse al margen de esta apasionada relación del pueblo con sus ídolos? Ya llegará el momento del análisis, de aciertos o desatinos, de tácticas o estrategias aprobadas o inadecuadas. Estamos en los días de los efectos especiales, de los juegos pirotécnicos, de los abrazos y los gritos emotivos.
La selección ha sido deseo y placer. Luces y sombras. Ansiedad y celebraciones. Elogios discretos o exagerados, dentro de un marco festivo, colorido y contagioso.
Ha sido atemorizante al atacar, fuerte al defender y, sobre todo, le ha sobrado actitud para sobrellevar momentos cruciales. No vivió la selección al límite porque no dependió nunca de ayudas ajenas ni se vio prisionera de arreglos premeditados. Sus cuentas siempre cuadraron y la llegada al mundial no se vio en aprietos, o empañada con escándalos, ni siquiera cuando el honor se arrastraba en el primer tiempo del último partido.
Cuando el viento soplaba en contra, saltaba algún talento como James, como Falcao, como Teo, como Cuadrado o como David, para evitar el zarandeo y agasajar al pueblo.
El show no debe parar. Llega una agenda tentadora, en concordancia con el ruido de la clasificación y el honor de estar en el bombo de lujo como cabeza de serie en el sorteo de noviembre.
Tengo claro que el dinero no da la felicidad. El fútbol sí, aunque estemos condenados a vivir en una montaña rusa de éxitos y fracasos.
PD. Hastiados de políticos sin escrúpulos, de magistrados con caretas, de la justicia coja, de la impunidad oligárquica, de la desigualdad social y gobernantes títeres, que viva el fútbol, la verdadera pasión de un pueblo… el carnaval sin fin.
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