María Carolina Giraldo


La especie humana siente una fascinación especial por alcanzar marcas, por imponer nuevos records, por escalar altas cumbres, por lograr lo que antes parecía imposible. Los colombianos no somos ajenos a esa atracción natural de enaltecer al número uno, por eso le tenemos tanto admiración a nuestro único Premio Nobel y tanto cariño a nuestra única Miss Universo, sentimos como propios los triunfos de Atlético de Madrid y estamos orgullosos de ser compatriotas de Shakira y de Sofía Vergara. Sin embargo, en días pasados nos dieron un primer lugar que, paradójicamente, antes que felicidad nos despertó ciertas inquietudes, Colombia es el país más feliz del mundo. ¿Cómo se entiende eso en un Estado lleno de dificultades, de tareas pendientes, de derechos por garantizar y por exigir?
El maestro Estanislao Zuleta tiene una conferencia maravillosa: Elogio de la dificultad (la pueden encontrar aquí: http://www.elabedul.net/Articulos/el_elogio_de_la_dificultad.php). En ésta se plantea que la felicidad, más que un estado terminado y perfecto, consiste en un trabajo constate por alcanzar las necesidades, en una sociedad problemática, que cuestione pero que respete y participe. Mejor cito a Zuleta para que hagan ustedes sus interpretaciones: "La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y, por tanto, también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes."
Este último estudio sobre la felicidad le da la razón al maestro Zuleta, el país más feliz del mundo está lejos de ser la cucaña, un paraíso de mermelada, un lugar sin carencias ni riesgos. Aquí las necesidades abundan, la discriminación y la exclusión hacen parte del paisaje y llevamos toda nuestra vida republicana sumidos en un conflicto armado que no termina, solo se modifica según el contexto. En el país más feliz del mundo los servicios más costosos son la educación y la salud. Para un colombiano que tenga el privilegio de estudiar en el Cesa su primer salario será de $4’334.410; por su parte, si ese mismo colombiano es egresado de la Universidad Autónoma de Manizales su primer sueldo será de $1’597.172; pero si solo terminó el bachillerato su salario es de $589.500.
Aún así, hemos vuelto a apostarle a la paz, acompañando este proceso de algunos mecanismos para reparar a las víctimas. Entre 2010 y 2011 la pobreza se redujo en 3,1%, la pobreza extrema en 1,7% y la inequidad, medida mediante coeficiente de Gini, bajo 1,2 puntos. Por su parte, la cifra de desempleo volvió a un dígito. También se ha anunciado una política encaminada a lograr la gratuidad de la educación básica, media y secundaria. La lista de tareas pendientes sigue siendo larga, muy larga, y tal vez, puede empezar con entregarle nuevamente la dignidad que se merece el respeto por el otro.
Lo que creo que quería significar Zuleta es que hemos banalizado, simplificado e idealizado la felicidad. Que ésta se presenta como una manera de encarar el futuro que implica reto, riesgo, afán de mejora y superación. Estoy llena de esperanza en que este primer puesto de país feliz, que no sabemos si festejarlo o avergonzarnos, no nos adormecerá ante la creencia de que somos felices a pesar de nuestra miseria, sino que se sustenta en la capacidad que hemos venido adquiriendo, en los últimos años, de ir construyendo un país mejor.
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