María Carolina Giraldo


En un buen número de casos, anunciar un embarazo genera gran felicidad, las personas que rodean a la mujer que está esperando un hijo manifiestan especial emoción por este acontecimiento, pronto habrá por ahí un niño que hará feliz a muchos.
Paralelamente al anuncio, se da inicio a una procesión de consejos y advertencias sobre el embarazo y la maternidad: debes dar en adopción a tu gato, tienes que comer esto, dejar de hacer aquello. Cuando el embarazo se hace evidente, ya no solo familiares y amigos se sienten con el derecho a opinar, cualquier desconocido que pasa por la calle manifiesta cosas como: por qué no usa zapatos más bajitos o no cargue eso tan pesado. La situación empeora cuando el momento del parto se acerca y la mujer tiene que soportar una cantidad de intromisiones, peleas y presiones de parte de todos aquellos interesados en aportar con un grano de arena por una humanidad mejor. Así pues, la madre se tiene que preparar para que los defensores del parto natural arranquen con una diatriba sobre la epidural y la cesárea, mientras otras se tienen que defender de las críticas de médicos, padres y amigos porque han decidido dar a luz en su casa con una partera.
No todo termina ahí, cuando el niño nace, la nueva mamá tiene que hacerle frente a las observaciones de las visitas sobre la mejor forma de alimentar al bebe, cambiar un pañal o establecer hábitos saludables del sueño. Nuevamente, la gente que transita por la calle se siente con el derecho a opinar sobre la forma de tratar a la criatura: no lo saque a la calle con tanto frío, no es bueno que tenga al bebé en las zonas de las neveras en los supermercados, no deje que el niño recoja cosas del suelo, y así, la lista es interminable. Asimismo, las redes sociales están llenas de consejos, estudios y notas cortas sobre cómo ser mejores padres.
Cuando nace una madre es como si naciera el derecho inalienable de toda la humanidad de opinar sobre la forma correcta de traer hijos al mundo, y por supuesto, de criarlos. Nos comportamos como si el embarazo fuera ese momento en el cual la mujer pierde su autonomía para decidir qué es lo mejor para ella y para su hijo. Entiendo que en la mayoría de casos no hay sino buenas intenciones, pero tal vez, la mejor contribución que se puede hacer para que los niños tengan un desarrollo sano es dejar que sus madres estén tranquilas, que puedan decidir de manera libre cómo afrontar su embarazo y su maternidad. No todo lo natural es bueno, no todas las intervenciones médicas son invasivas, no existe el modelo perfecto para todas las mujeres, ni para todos los niños. Si vamos a presionar por algo, que sea por el derecho y la libertad de la mujer a que escoja lo que considera mejor para ella.
Estas muestras de intromisión, y por qué no, de irrespeto, se ven exacerbadas cuando decidimos opinar sobre la decisión libre de la mujer de seguir o no con su gestación. En Colombia están permitidos tres casos en los cuales las mujeres pueden solicitar la interrupción del embarazo: 1) cuando la vida y la salud de la madre está en riesgo, 2) cuando se presenta malformación del feto incompatible con la vida, 3) Cuando el embarazo es producto de abuso, violación, incesto, transferencia de óvulo o inseminación no consentida.
A pesar de ser estas situaciones extremas, cursa en el Congreso un proyecto de reforma constitucional para prohibir la interrupción voluntaria del embarazo en todos los casos. La gente realiza marchas para exigir la prohibición del aborto, como si las decisiones de una mujer sobre su cuerpo, su maternidad y su futuro fueran un asunto público. Todavía, a pesar de todos los derechos que hemos ganado las mujeres en los últimos años, hay quienes se creen con la obligación de impulsar una norma para prohibir nuestra autonomía sobre continuar o no la gestación, sin importar las circunstancias que la rodean.
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