Luis F. Molina


Luego de un mes de pausa de esta columna, vuelve este espacio para apuntarles a los asuntos internacionales. En Latinoamérica, la salida del expresidente paraguayo Fernando Lugo significó un revés en las intenciones de unión de la parte sur del continente. Ahora, Federico Franco es el presidente guaraní.
Al principio, algunos medios irresponsablemente publicaron una cinta de video en la que se detalla al canciller venezolano Nicolás Maduro en Paraguay junto a otros militares, en la que se insinúa la intención del gobierno venezolano de entrar a cambiar la resolución del Congreso paraguayo.
Finalmente, el video completo salió a la luz pública, donde se clarificó que todo hacía parte de una reunión en la que participaron casi todos los cancilleres del continente. Otro síntoma afirmando que el respeto por las soberanías sigue en pañales en América, sin importar latitudes.
Las crisis económicas se convirtieron en una constante en el orbe. España ahora entra en líos para conseguir los cerca de 78 mil millones de dólares que necesita para poder sanear la atareada banca ibérica. Cerca del 90% del sistema bancario español espera un rescate y con ello conseguir una tensa calma en la Eurozona, sin saber a ciencia cierta si este dominó pueda parar en algún momento del futuro cercano.
Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, la firma Moody’s amenaza con bajar la calificación de un grupo de quince bancos estadounidense, aumentando las razones por las cuales la perspectiva es negativa en el país del Tío Sam. Sin embargo, el crecimiento económico ya no trasnocha al presidente Barack Obama, quien en medio de la palestra pública celebra haber sacado adelante una reforma sanitaria que hace unos días fue avalada por la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos.
Quienes tildaron la reforma de inconstitucional se han volcado a la oposición y se adhieren a la campaña del republicano Mitt Romney, quien se enfrentará en las urnas en noviembre próximo al alicaído presidente estadounidense. No obstante, el gobierno de Obama sigue en la misma tónica de vivir de triunfos notorios y seguir recolectando muchas y pequeñas derrotas que poco a poco forman una bomba de tiempo en ese país.
Obama está dejando para el último momento acciones trascendentales que muchos de los norteamericanos esperan ver solucionadas. Las promesas por formas limpias de energía parecen quedar únicamente en verborrea, que ha cambiado un poco porque ha logrado despegarse, aunque mínimamente, del teleprompter.
Y hablando del conocido aparato para leer ante la cámara, llegué hace poco a un titular de una revista de circulación nacional en la que afirman que el nuevo presidente de México, Enrique Peña Nieto es el rey del teleprompter. Las figuras políticas tales como Obama, Peña Nieto y Juan Manuel Santos son dependientes de este aparato, mermando el poder del discurso político y disminuyendo la agudeza del mensaje en los ciudadanos. Tan plana es la gestión como plana es su lectura.
A eso hemos llegado. A presidentes sin liderazgo, que parecen cumplir matemáticamente una función pero que no representan su patria. No estoy diciendo que deban salir a plaza pública como Hugo Chávez y canten, bailen, cuenten chistes, hagan bromas y nacionalicen todo lo que se les pasa por el frente, pero es necesaria una nueva clase dirigente que transforme el mensaje político y permita a muchos de los ciudadanos creer en las ideas políticas y no vincularle directamente con politiquería.
Esta semana se cumple el quincuagésimo aniversario de la crisis de los misiles entre Cuba y Estados Unidos, que significó una ventana a un enfrentamiento bélico de mayor envergadura entre la Unión Soviética y EE.UU. Hace 50 años había líderes que guiaban a sus ciudadanos bajo pensamientos patrióticos y que respondían ante el deber de representar un país. En cinco décadas, en casi todo el mundo, ya solo quedan líderes de corbatas negras que gustan de desfiles en alfombras rojas, creyendo así que son celebridades del cine o del arte.
De hecho, ya son más los presidentes que gobiernan desde un avión y atienden días y semanas de giras internacionales bajo la excusa de buscar inversión extranjera. Quizás, es por ello que los gobernantes ya se entrometen en las decisiones de sus colegas, creen que tienen poder vitalicio y obran en pro de su partido, de sus vidas y no en el de sus naciones.
Sean presidentes o primeros ministros, todos deben desempeñar una función política, sin importar si el tipo de cargo. Hay que volver al principio y rescatar el papel del funcionario público que pensaba en el gozo de su nación y no vivían de contraprestaciones a favores clientelistas, ni priorizaban el descaro bancario y atendían las leyes como debe ser, sin querer cambiarlas a su antojo bajo apariencias de beneficio social.
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