Andrés Felipe Betancourth


La nueva serie de diálogos instalados en Oslo, revive las historias que se han contado sobre el conflicto armado en Colombia y sobre los diversos intentos por encontrar una salida negociada del mismo. Pero quizá desde la época del exterminio de la Unión Patriótica y la "dilución" del M-19 y sus militantes en otros movimientos y partidos políticos, las noticias y debates que se han suscitado sobre el accionar de la guerrilla en Colombia han puesto su eje en la barbarie de las acciones militares y en el motor del narcotráfico, dejando de lado el origen en una revolución que ya no sabemos si alguna vez realmente se quiso poner en marcha.
De revoluciones ha estado llena América Latina en sus últimos 200 años. De líderes revolucionarios están llenas las plazas centrales de nuestras ciudades. Con nombres de revolucionarios se han bautizado edificios en universidades de todos nuestros países. Imágenes icónicas de revolucionarios pintan las camisetas de jóvenes que "portan" transitoriamente su propia revolución y hasta grupos de música urbana se auto-proclaman "rebeldes". Algunas revoluciones están instaladas en los palacios de gobierno de varios de nuestros países, y de ellas, algunas han perdido su esencia sin renunciar a su discurso.
La pregunta para América Latina es: ¿alguna realmente lo ha logrado? Una revolución, por definición, debe agenciar una transformación radical y profunda de la realidad que se vive. En Colombia tenemos ejércitos irregulares combatiendo por más de 60 años, y aún en las zonas que han logrado dominar territorialmente, no han sido agentes de tales transformaciones hacia sociedades prósperas, solidarias, justas y equitativas. En otros países en los que los líderes revolucionarios han llegado al gobierno, las transformaciones reales se postergan por la distribución populista de los recursos del Estado y por el encumbramiento de gobernantes plenipotenciarios. Sabiendo a lo que me expongo, me atrevo a afirmar que solo Cuba ha logrado tales transformaciones, al menos porque han sido radicales y profundas, sin ser perfectas… pero también hay que reconocer que un salvaje bloqueo ha impedido que se evidencien mayores réditos.
A propósito de los diálogos apenas instalados, sin dependencia de su agenda, bien valdría que todos los colombianos nos preguntemos si podemos y debemos ser parte de verdaderas, radicales y profundas transformaciones, porque sin duda las necesitamos. Las verdaderas revoluciones germinan desde los individuos, no desde los ejércitos. Lo entiende bien, o al menos así lo proclama, el subcomandante Marcos cuando dice: "Es bueno para este ejército proponerse como su meta más alta desaparecer". Vendría bien preguntarle a quienes hoy persisten en la guerra si se auto-identifican como fin o como medio.
No hago apología de quien se reconoce como líder guerrillero, pues es un ejercicio que por principio no comparto. Pero reconociendo mucho de sabiduría en sus palabras, me rondan permanentemente frases que bien aplican para centenares de víctimas de un conflicto que en Colombia tiene múltiples victimarios. El mismo Marcos, hablando de su "revolución", dijo: "Y miren lo que son las cosas porque, para que nos vieran, nos tapamos el rostro; para que nos nombraran, nos negamos el nombre; apostamos el presente para tener futuro; y para vivir... morimos".
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