Andrés Hurtado


Estábamos en Llactapata, nuestro nido de águilas, mirador de Machu Picchu. Con pesar debimos continuar; nos hubiera gustado quedarnos algunas horas en este paraíso, pero había que continuar, o sea descender. A dos minutos una desviación muy corta del camino lleva a un hotel, a un ecolodge. Nos quedamos admirados. A esa altura, en esas lejanías, en ese punto tan inaccesible, ¿un hotel? Se lo veía sencillo pero suficientemente confortable. No estaba abierto pues no era alta temporada. Me fui delante y bajé muy rápido el camino que estaba bastante embarrado y resbaladizo. Debíamos bajar al río Aobamba cuyo profundo cañón teníamos delante. En la dirección de Machu Picchu se ve una altísima cascada. Un puente colgante hecho en madera permite cruzar el Aobamba, río caudaloso que baja con gran fuerza y salvando un pronunciado declive. Allí esperé a los compañeros. Seguimos por la margen derecha del río, ya en terreno plano, por un caminito al que cae la soberbia cascada. No es un accidente natural. Arriba han hecho un túnel y por él han conducido la corriente que forma la caída. No será natural, pero es muy bella. Más adelante el Aobamba entrega sus aguas al Urubamba llamado también Vilcanota.
Quince minutos más y llegamos a las instalaciones de la hidroeléctrica. Otros quince y estamos en la estación del tren. Tuvimos suerte, llegó el tren. Nos dicen que a veces no viene y entonces hay que caminar tres horas más. Aquí hay una cosa curiosa: los nativos o sea nuestros guías, deben viajar en otro vagón y pagan menos. Así recorrimos un buen trecho por un cañón de altísimas paredes rocosas, por la orilla del río Urubamba que avanza en sentido contrario al nuestro.
Llegamos así, por fin, al poblado de Aguas Calientes que se encuentra en la base de la montaña de Machu Picchu. O sea que llegamos al poblado por el lado contrario al de los turistas; los que vienen en carro y luego en tren desde Cusco entran al pueblo por el otro lado. Nos llevaron al hotel El Viajero, que es propiedad de la agencia Sas Travel que es la que nos ha traído por la ruta Salkantay. El poblado es muy animado y típico por la cantidad de tiendas que venden suvenires relativos todos a los incas. El río Urubamba, muy correntoso, pasa al nivel del pueblo y pegado a una de las calles. Allí a la orilla hay negocios que han construido sin miedo aparente a las crecidas del río, que ya en una ocasión se llevó casas y personas. La altura de las paredes del cañón en cuyo fondo está Aguas Calientes es de 400 metros; este lugar, es pues, único, curioso y exótico. En el parque principal han erigido un monumento a los emperadores incas.
A la ciudadela de Machu Picchu se puede subir a pie o en busetas que tienen capacidad para 20 personas. Sobre Machu Picchu se levanta un pico muy altivo llamado Huayna Picchu, que quiere decir montaña joven. Solo dejan subir 400 personas por día en dos turnos, 200 a las 7:00 a.m. y otros 200 a las 10:00 a.m. y para ello hay que comprar el tiquete aquí en Aguas Calientes. Dado que no teníamos sino la mañana para recorrer la ciudadela y basado en mi experiencia de 1992 cuando visité por primera vez Machu Picchu y subí al Huayna Pichu, dije a Wilfredo que lo mejor era que renunciáramos al interesante ascenso. Los visitantes debemos levantarnos a las 4:30 a.m. para hacer la larguísima fila que da acceso a los buses que llevan a la ciudadela.
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