Alvaro Segura


Unos 170 mil policías tiene Colombia según los informes más recientes entregados por ese cuerpo armado estatal de naturaleza civil. Eso en términos de distribución dentro del papel de seguridad que esa institución debe cumplir en todo el país significa que por cada 258 colombianos hay en promedio un uniformado, si hablamos de que nuestra población es de 44 millones de personas.
La anterior cifra está muy por debajo de lo que en términos de media proporcional tienen los países desarrollados, razón por la cual, a pesar de todas las ayudas y elementos logísticos de última tecnología de que dispone nuestra policía, no le alcanza para cumplir con el objetivo de garantizar una cabal y efectiva seguridad, más si se habla de una nación que como la nuestra todavía vive un conflicto interno con unas guerrillas y unas bandas criminales que, aunque diezmadas, siguen con una enorme capacidad de hacer daño.
Gran parte de la realidad de nuestra policía la vivimos recientemente por cuenta del paro nacional que movilizó a decenas de miles de conciudadanos, entre campesinos, mineros, transportadores, estudiantes universitarios y trabajadores públicos y privados de diversos sectores que muy molestos con políticas públicas adoptadas unas o no aplicadas otras por el gobierno del presidente Juan Manuel Santos salieron a las carreteras nacionales a bloquearlas algunos y a marchar otros en ciudades y municipios.
Pues bien, producto de esa aguda confrontación entre manifestantes y autoridad policial, representada esta última por uniformados con camuflaje tipo robot a los que apoyan tanquetas blindadas que lanzan fuertes chorros de agua y tiran gases lacrimógenos, quedaron en evidencia lamentables episodios de abuso de la fuerza o de autoridad cuando no era necesario llegar hasta esos límites, pero también excesos de quienes protestaban en la mayoría de los casos incitados por infiltrados y agitadores que sólo buscan generar caos pero que se niegan, casi siempre, a debatir en mesas de diálogo y de concertación.
En Boyacá, en Nariño, en Cauca, en Antioquia, en Caquetá, en Putumayo y hasta en la troncal de occidente muy cerca al municipio de Marmato, y en los caseríos de La Felisa e Irra, aquí a escasos kilómetros de Manizales, se registraron duros choques que dejaron heridos, lesionados y daños por cantidades, mientras s en otras zonas del país reportaron fatales desenlaces con muertos y heridos de gravedad. Incluso hubo dos muertos indirectos producto de un vehículo que cayó al río Cauca, cerca a la entrada a Marmato, cuando su conductor perdió el control al tratar de esquivar una enorme roca lanzada al parecer por manifestantes.
Todo lo anterior y tantos otros episodios dejan ver que la nuestra es una sociedad con múltiples dificultades por malestares, enojos y desequilibrios que llevan a protestas reclamando muchas veces lo justo, mientras la autoridad policial está ahí para prevenir desmanes y desbordamientos del orden, tratando de que unos muchos no acaben por perjudicar a toda la sociedad al acudir a las vías de hecho. Pero otra cosa sucede cuando se abusa del poder utilizando métodos violentos.
Es triste decirlo, pero se volvió común en los medios de comunicación ver cómo a la autoridad, especialmente a la policía, muchos colombianos le perdieron el respeto. Esta semana fue grotesco un episodio en Bello (Antioquia) cuando dos jóvenes que iban en una motocicleta la emprendieron a golpes y patadas contra dos policías motorizados que los detuvieron para hacerles una simple requisa. Y de cuántas denuncias nos enteramos semanalmente sobre supuestos abusos de la autoridad contra civiles, pero también de lesiones contra policías por gente del común.
Recientemente fui testigo de un caso en el CAI de El Cable, en la zona rosa de Manizales, cuando un joven visiblemente descompuesto (alicorado o drogado) le pegó un cabezazo en la cara a un agente porque lo detuvo en medio de un escándalo que protagonizaba con otros jóvenes a los que quería agredir por algo que se dijeron entre ellos.
¿O qué tal la imágenes de provocación, irrespeto y agresión de unos desadaptados (delincuentes mejor) en las recientes protestas en Bogotá contra un grupo de agentes del Esmad que estaban apostados afuera de un céntrico edificio en la carrera séptima con calle 13 que además de lanzarles piedras, pegarles patadas e insultarlos de voz se bajaron los pantalones y les mostraron el trasero?
Nos falta más policía, sobre todo ahora que según Santos ya comenzamos a vivir el posconflicto. Pero a la par de esta necesidad, hay que promover una estrategia nacional que permita que a la autoridad policial se le respete siempre desde la premisa de que esta tiene que dar ejemplo de respeto hacia el ciudadano. Porque una cosa es requerir a una persona de bien, sea de la ciudad o del campo, para una requisa o un procedimiento legal, y otra es proceder contra un delincuente o contra hordas de bandidos y desadaptados. Creo que en eso está fallando nuestra autoridad y si no corrige ese detalle seguirá siendo irrespetada cada vez más. ¿Qué opina general Rodolfo Palomino?
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