José Jaramillo


El ciudadano tiene la obligación de defender la institucionalidad política, porque, gústele o no, es fundamental para el discurrir de la sociedad. Entonces, darles la espalda a las elecciones parlamentarias, con el argumento de que todos los candidatos son malos, y proponer el voto en blanco, o la abstención, es entregarles a los malos, en bandeja, la organización legislativa. Éstos, los malos, tienen montadas empresas electorales con logística, recursos económicos y objetivos que las hacen funcionar con eficiente sincronización. ¿Por qué los directorios luchan por colocar sus fichas en la burocracia oficial? ¿Y por conseguirles contratos de toda índole a sus amigos? ¿Y por qué avalan las aspiraciones electorales de cualquier aparecido? Pues, sencillamente, porque todo eso les genera ingresos que los fortalecen económicamente. Y en estos tiempos que corren, como nunca antes, "por la plata baila el perro"; y político pobre muere virgen. Cuando la gente ve los despliegues publicitarios de personajes que conoce, y sabe que no son ricos, se pregunta: ¿De dónde saca tanta plata para financiar la campaña? Y la respuesta es un misterio más difícil de resolver que el de la Inmaculada Concepción, la Santísima Trinidad o el orden del mundo.
La democracia, pervertida por el clientelismo, pero reconocida "como el peor de los sistemas, con excepción de todos los demás", como aseguraba Churchill, es necesario defenderla dentro de la racionalidad liberal, preservándola de extremismos de derecha o izquierda, porque, como dice el refranero popular, "todo extremo es vicioso". Y protegerla, también, de la voracidad del capitalismo salvaje, para procurar el equilibrio social, la justicia distributiva de la riqueza, la defensa de los recursos naturales, la educación como bien superior y la paz. Sí, la paz, porque, aunque cueste creer, hay sectores interesados en la guerra, por el negocio de las armas, los uniformes, los suministros, el transporte e infinidad de cosas más, que son fuente de recursos económicos que muchos no quieren que se "seque". Ante tan perversa actitud, el ciudadano del común, el trabajador, el empleado, el pequeño y mediano empresario, el docente, el académico, el artista, el artesano…, no tienen más arma para defenderse que el voto, para proteger las instituciones democráticas de arribistas, tramposos, mafiosos y criminales de saco y corbata.
En medio de esa maraña de candidatos, cuya vitrina y estantería de ofertas se parecen al "bazar de los idiotas", hay gente buena, personas decentes y bien intencionadas, ilusos y quijotes que quieren servir a la sociedad, por quienes se puede votar sin tener que taparse las narices. No hacerlo, votar en blanco o abstenerse, es dejarles a los malos el camino expedito, para que consigan sus protervos fines.
El voto que sí debe darse en blanco es el del Parlamento Andino, porque ese es un embeleco que no sirve para nada y le cuesta al país una plata que es un despilfarro, "habiendo tantos pobres con hambre", como dicen las señoras piadosas.
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