Alejandro Samper


En el portal de eltiempo.com salió publicado el jueves que el grupo de música parrandera Los Cantores de Chipuco fue contratado por "un duro" -entiéndase como narcotraficante o traqueto- para que le cantaran a un perro. No a un lavaperros, a un can raza jack russel terrier al que le dieron serenata con la canción El perro de Vítor de 11:00 de la noche a 1:00 a.m., y de nuevo en la madrugada, cuando, según los cantantes solo había cuatro borrachos y la mascota del narco.
Leer sobre excentricidades como esta junto a artículos de la crisis económica que se vive en gran parte del mundo, o de la desigualdad social nacional, deja muy claro que el negocio del narcotráfico, y lo que lo rodea, sigue campante.
Próximamente en los Estados Unidos se estrenará un documental llamado How to make money selling drugs (Cómo ganar dinero vendiendo drogas), en el que narcotraficantes gringos, agentes de la DEA y exconvictos cuentan cómo funciona el negocio de los estupefacientes en ese país y el dinero que mueve. El avance -que se puede ver en diferentes portales de Internet- muestra a un agente de la DEA confesando lo difícil que es acabar con los carteles, pues detrás de cada "duro" hay diez que están dispuestos a ocupar su lugar. También aparece un traqueto que dice que la única empresa que está contratando en estos momentos en EE.UU. es el narcotráfico. Y pagan muy bien. Un hombre cuenta cómo pasó de ganarse 24 mil dólares al año, a ganar la misma cifra en cuatro horas.
Este documental se puede complementar con el reporte publicado por la PBS (http://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/drugs/special/math.html), titulado Do the math: why the illegal drug business is thriving (Haga las matemáticas: por qué el negocio de las drogas ilegal es boyante). Explica cómo en los Estados Unidos el vicio mueve 60 billones de dólares anuales. Sin embargo, se queda corto el reporte.
El dinero que se mueve es mucho más, pues solo registra el mercado de sustancias ilícitas, faltó el que mueve la guerra contra las drogas, por ejemplo, en nuestro país. Las armas, los aviones, los contratistas (o mercenarios, según el punto de vista), o el glifosato, que se ha convertido en la reciente piedra en el zapato de la ayuda económica estadounidense el Plan Colombia.
El periodista Alexánder Marín publicó esta semana en El Espectador el reportaje Glifosato chino, en el que muestra el disgusto del gobierno gringo porque la Policía Nacional está usando ese químico tóxico -y prohibido en casi todo el mundo, incluso los EE.UU.- comprado a una empresa china a precios más favorables. No el Roundup gringo, producido por su multinacional Monsanto (que ha financiado varias elecciones en ese país). Y por eso nos quieren retirar el dinero, los juguetes, los contratistas.
La droga es un negociazo. Pablo Escobar sigue produciendo millones de pesos con su historia contada en televisión, en tours por Medellín, en álbumes clandestinos y ahora en la moda. Juan Pablo Escobar Henao, hoy llamado Sebastián Marroquín, hijo del capo, vende camisetas con la cédula de su papá estampada, por 20 dólares a través de Internet.
Si el problema real de las drogas fuera la salud pública, el debate sobre la legalización de estas sustancias se hubiera hecho hace rato. Pero la discusión es sobre cómo mantener rentable el negocio y quién se queda con los billones de dólares. Plata que como ya hemos visto, no se invierte en desarrollo, tecnología, salud o educación. Se gasta en serenatas para perros y demás excentricidades.
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