Andrés Hurtado


Ahora sí nos alejamos de Cusco. Nuestro siguiente destino no se encuentra en las goteras de la ciudad sino a 33 kilómetros de distancia, y se llama Pisac. La carretera nos lleva por una alta meseta hasta que de repente comienza a descender hacia el Valle Sagrado de los Incas, el de Urubamba. Nos detenemos a admirar el valle desde un mirador en el que varias campesinas al borde de la carretera venden sus vistosas artesanías y nos permiten hacer fotos a sus niños que acarician una alpaca pequeña que parece más bien un animalito de peluche. Los niños, como sus padres, visten ropas de lana, muy coloridas y adecuadas para proteger del frío y viento cortantes de la puna. El panorama de Pisac en el valle y de Pisac en las montañas y del valle que huye hacia nuestra izquierda siguiendo el curso del río Urubamba, camino de Machu Picchu, es memorable y las cámaras se vuelven locas fijando para nuestros archivos y recuerdos el paisaje. Pisac significa perdiz. Los incas acostumbraban construir sus ciudades y ciudadelas defensivas imitando formas de animales.
Pisac son dos realidades: la ciudad "moderna" que es colonial y la ciudadela incaica trepada en las montañas, casi encima del pueblo que mandó construir el virrey Francisco de Toledo utilizando como base los trazados de las habitaciones tradicionales de los incas. Tanto el pueblo "de abajo" como "el de arriba" viven abarrotados de turistas de todas las nacionalidades, especialmente los domingos cuando la plaza principal es un mosaico precioso y bullicioso formado por los tenderetes de los campesinos que venden sus artesanías y por los compradores y curiosos y porque se celebra la misa en lengua quechua. Los alcaldes locales de origen netamente indio y hablantes de quechua como todos los campesinos, reciben el nombre de varayocs. Hasta los ateos asisten a misa, para contemplar el rito cumbre de los católicos celebrado en lengua vernácula en presencia de los alcaldes ataviados a la usanza tradicional.
El pueblo cuenta además con un observatorio astronómico ancestral. Desde el Pisac colonial y mestizo se admira en las faldas de la montaña el espectáculo del Pisac incaico y de la magnífica geometría de las terrazas que los agrónomos incas idearon para sembrar las laderas con eficiencia y evitar los daños que genera la erosión de los taludes.
Una preciosa leyenda, que todos los guías narran a los visitantes, se refiere al matrimonio de la hija del cacique Huayallapuna. El pretendiente debía construir en una sola noche un puente sobre el río Urubamba, mientras la doncella subía a la montaña sin mirar para atrás. Si la joven se detenía a mirar hacia abajo se convertirían en piedra, no solo ella sino su "presunto" prometido. El puente en cuestión era vital para la defensa del Valle Sagrado. Todos los habitantes del pueblo estuvieron pendientes y ansiosos porque el pretendiente saliera airoso de su cometido. Asto Rimac, que así se llamaba, lo logró, pero Inquil, la prometida, miró hacia atrás y los dos fueron convertidos en piedra y un monumento en el pueblo evoca la leyenda. Imposible no recordar el relato bíblico de Lot cuando huía de la ciudad maldita de Sodoma; su esposa miró hacia atrás y quedó convertida en estatua de sal.
Hay dos formas de subir al Pisac incaico. Una, caminando un trecho no muy largo por el valle y afrontando el camino pendiente que lleva a la ciudadela; es un ejercicio exigente que algunos turistas, favorecidos por el tiempo, hacen. Los que no contamos con este factor, lo hacemos en vehículo.
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