Un piojo, muy humilde, sólo conocía la aridez de la cabellera de un soldado raso. No se quejaba de su suerte –sus antepasados durante generaciones, habían vivido en esos páramos- y, conociendo solo pelo apestoso, era incapaz de aspirar a un sitio mejor.

Quiso el destino que el coronel pasara revista a la sudorosa tropa.

El piojo, emocionado, levanta uno de sus patas delanteras, para él también hacer el saludo militar; entonces un viento repentino lo sacó de su hediente albergue y fue a depositarlo en la cabeza del coronel.

El insecto se llenó de orgullo.

-‘La Armada está bajo nuestro mando’, exclamó.

Y una cálida sensación de poder embargó su corazón.

Desde ese día despreció a sus congéneres.

Es más, rogó al cielo que sus jefes los exterminara por sucios y feos.

Aferrado a la fragante cabellera, se sintió dueño del mundo, obedecido por todos.

De pronto estalló un motín y los soldados con lanzallamas, quemaron al coronel.

El piojo, a pesar de gritar innumerables veces:

‘¡Soy inocente!’ -Murió tan achicharrado como la cabeza que lo albergaba.

Tomado del libro: ‘El tesoro de la sombra’ de Alejandro Jodorowsky.

Tan fácil que es caer en trampas, especialmente las que emergen de una autoestima frágil y poco cultivada. Cambiar de estatus, de cargo, de posición económica, sin haber hecho los méritos para lograrlo, en vez de ser una situación grata, se puede convertir en una experiencia de difícil asimilación.

Cuando un ser humano se pone metas y las alcanza como fruto del esfuerzo y la dedicación, internaliza la vivencia con satisfacción y sabe que ha llegado usando sus recursos y su inteligencia. No es lo mismo cuando se llega a una meta, sin tener las competencias apropiadas, sin conocimiento, sin frustraciones, y de pronto…¡zas! un empujón, una palanca, una intriga, una dádiva, una concesión, le llevan a ocupar un lugar o un cargo importante y al hacerlo además de inflar su ego, comienza a mirar a los demás como si estuvieran por debajo de la suela de sus zapatos.

El ego, la prepotencia, la soberbia, son emociones tramposas que alejan a muchos seres humanos de su verdadera esencia interior. Al no estar en contacto con su parte interna, se tornan insensibles y poco humanos con las personas que les rodean.

Miran el mundo desde arriba y en ello se parecen al piojo de esta historia, que desde su nueva posición se transformó en un ser orgulloso y comenzó a desdeñar a sus semejantes y a no tenerles ninguna consideración. En algunas personas, el orgullo, la soberbia, son emociones fuertes, tanto es así, que nublan la razón y la manera de observar la realidad, quien alimenta estas emociones tiene una pobre capacidad de reflexión y no es capaz de ponerse en el lugar de los otros, ya que considera que no están a su altura. Hay una serie de dichos populares que muestran a la persona que ha saltado a otro puesto en el medio social: ‘Se le subieron los humos’….

Todo ello da cuenta de cómo rápidamente muchas personas olvidan su origen, su historia y lo que han sido. Y con ese olvido pretenden despojarse de sus raíces, adquiriendo roles y posturas falsas en las que tienen que invertir tiempo y energía, con el afán de mostrar una cara que realmente no les pertenece. 

Los logros obtenidos con esfuerzo durante el caminar por el sendero de la vida y el vivir, son un importante recurso para desarrollar una autoestima sana, que no requiere de elogios, ni de reconocimientos, como tampoco del permiso para humillar y despreciar a los demás. Finalmente la historia de hoy, nos muestra claramente cómo en la rueda de la vida, se puede cambiar tan fácil y dramáticamente de posición.

*Psicóloga
fannybernalorozco@hotmail.com
Profesora Titular Universidad de Manizales.