Cristóbal Trujillo Ramírez


Juan Alberto (nombre ficticio) es un ingeniero que se tituló hace dos años y no ha logrado ocuparse en tareas propias de la profesión para la cual se formó académicamente, por lo que aprovechó la convocatoria del MEN para la vinculación de docentes y directivos, por medio de la Comisión Nacional del Servicio Civil, así decidió comprar el PIN y apostarle a esta posibilidad, la que nunca se le había pasado por la cabeza.
Hola, Juan ¿cómo va lo de tu concurso, has estudiado mucho?
No, qué va, yo compré esa vaina por si las moscas, no tengo idea de qué se trata la cosa; es más, si de pronto se cuadra un paseito para este fin de semana, ni lo presento, vamos a ver...
Cuánta preocupación y cuánto dolor de patria, siento como maestro al observar en qué ha quedado esta noble vocación en Colombia. Ser maestro, hoy, en Colombia es un accidente, la profesión docente es sorteada con un mínimo de requisitos; lejos han quedado los grandes maestros que con formación pedagógica como disciplina cotidiana de su estudio y con su alma como testimonio de su pasión escribieron páginas gloriosas en las escuelas de Colombia, las mismas que hoy se visten de tonos oscuros y grises, porque "ya no existen las amapolas y las clavellinas en la vieja escuela de doña Inés". La escuela se ha convertido en recicladora de profesiones, a ella concurren toda gama de profesionales que jamás pensaron ser maestros y, hoy, el destino, el desempleo, y la perversa política educativa del Estado, los ha conducido hasta allí, les ha entregado los niños de Colombia para que los acompañen en su formación sin que ellos hayan estudiado para ello, además sin que tengan la pasión que exige una vocación como ésta.
Como si todo esto fuera poco, le han entregado a la escuela la casi misión imposible de convertirlos en maestros, y no es que me oponga a que a la educación se vinculen los médicos, los ingenieros, los economistas, los abogados, en fin, me refiero a todas las disciplinas profesionales diferentes de las afines a la pedagogía; la escuela requiere de todas ellas, la escuela las necesita, pero, primero, deben comprometerse con ser maestros antes que profesionales de sus disciplinas. Si este profesional decide ser maestro e inclinarse por esta bella tarea, lo mínimo que debe hacer es estudiar pedagogía y llegar a la escuela como un maestro, que además, domina otro campo específico del conocimiento; lo grave es que el caso de Juan Alberto es recurrente en Colombia, ya que el ingreso a la carrera docente se volvió una alternativa de trabajo, una posibilidad de empleo, un momento de paso, en fin, todo, menos una opción de vida.
Algunos datos de la actual convocatoria para el concurso docente confirman esta preocupación: se ofrecen algo más de 24 mil vacantes, para las cuales se han postulado, aproximadamente, 320 mil inscritos; en Manizales, por ejemplo, para 127 vacantes se han inscrito más de 2.100 personas; en Caldas, para ocupar 333 vacantes se inscribieron 4.500 aspirantes. ¿Será que hay tanta vocación, o será más bien que esta noble tarea se ha convertido en un cómodo escampadero? por desgracia, yo más bien creo lo segundo. Sin embargo, si nos vamos a la otra orilla, tenemos que confesar grandes desesperanzas, me refiero a aquellos que egresan de los programas de licenciatura, en las pasadas pruebas Saber Pro (Antiguos ECAES), los programas de educación registraron los peores resultados, por supuesto, esto no nos toma por sorpresa, porque sabemos que aquellos bachilleres que en las pruebas saber 11 no logran buenos resultados, solo son admitidos en programas de licenciatura; ¿qué esperamos, entonces?
Triste realidad: cualquier bachiller en Colombia, así tenga los peores resultados en pruebas de selección, asegura su ingreso a la educación superior para cursar estudios de licenciatura; además, es el único oficio para el cual cumplen requisitos todos los profesionales...
Quiero como epílogo de la presente citar a Gabriela Mistral, (escritora chilena, premio Nobel de literatura, 1945), quien en su manifiesto pedagógico, producto de la experiencia como maestra de escuela, planteó esta expresiva y profunda analogía: "Para ser médico se necesitan vísceras; para arquitecto, proporción y buen gusto; para ingeniero, cálculo matemático; para gobernante, pocos escrúpulos; para escritor, pensamiento universal; para modista, fina aguja; para militar, don de mando; pero… para maestro se necesita: piel, sensibilidad, emoción, gusto, amar entrañablemente la educación como única posibilidad de transformación de la sociedad…".
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