César Montoya


Estamos saturados de esta verdad elemental: el estilo es el hombre. Un estudio de los gobernantes evidenciaría cómo cada uno de nuestros presidentes se diferencia de los demás.
Hablan distinto. Lerdos en oratoria Virgilio Barco y Juan Manuel Santos; líricos Guillermo León Valencia y Belisario Betancur; fluido Misael Pastrana; reposado y plano Eduardo Santos; con voz olímpica Alberto Lleras; vinagroso e incisivo Laureano Gómez.
De antagónica raíz social. De una covacha paupérrima el que nació en Bello; campesino el hijo de Amagá; de cuna aristocrática mucho heliotropo bogotano.
Parteros de constituciones, Rafael Núñez y César Gaviria.
Con bochornosa estela penal, Ernesto Samper y Álvaro Uribe Vélez.
O convertidos en cirineos de sus partidos hasta la hora de la muerte, Mariano Ospina Pérez, Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay, Carlos Lleras Restrepo.
Álvaro Uribe es un guerrero. Ha sido frenética su actividad, como expresidente, más que en los ocho años de gobierno. Alguna vez se autocalificó como un gamín, y en verdad puede ser señalado como un camorrista, experto en coscorrones con mano de acero. Tiene un temperamento multifacético. Es apasionado. Ama la trifulca. Además, es buen amigo de sus amigos. Defiende ardorosamente a Bernardo Moreno, su secretario general, detenido hasta hace poco. Saca la cara por Andrés Felipe Arias, su ministro de Agricultura, encarcelado por sus avivatadas dolosas en Agro Ingreso Seguro. Escogió para su seguridad personal al general Mauricio Santoyo, engrillado por narcotraficante en los panópticos de los Estados Unidos. Pone la mejilla por Luis Carlos Restrepo, su Alto Comisionado para la Paz, evadido a los volandas para no ser atrapado por la justicia. Escondió, con la velocidad de un rayo, a María del Pilar Hurtado en Panamá, su directora del Das, perseguida por los fiscales. Trata de ser tabla de salvación de Sabas Pretelt y Diego Palacio, sus dos ministros delincuentes, autores del delito de cohecho. El 90% de los parlamentarios condenados son áulicos suyos. Ahora mismo Piedad Zuccardi y Dilian Francisca Toro, senadoras uribistas, tienen detención intramural. No pudo evitar la extradición de su sobrina que integra el mafioso clan familiar de los Cifuentes.
Se le desharinó el Partido de la U que cambió de jefatura. Manda ahora en esa cohorte el presidente Santos. Desesperado por la soledad que iba cercándolo, se inventó, con sus áulicos, el Puro Centro Democrático, revoltijo convulsivo de los viudos del poder. Anda empeñado en lanzar en las próximas elecciones una lista cerrada, en la esperanza de elegir más de 30 senadores. Si él la encabeza serán unos 15 legisladores los que saldrán votados en las urnas. Si resuelve excluirse, desaparecerá su jactancioso Centro, triste reducto de una política en extinción. Dan risa sus candidatos presidenciales. Son de pacotilla, con excepción de Óscar Iván Zuluaga que ¡increíble! no ha "pegado". (En la última encuesta del 25 de febrero, estos fueron los resultados: Francisco Santos 36%, Carlos Holmes Trujillo 23%, Juan Carlos Vélez 16%, Óscar Iván Zuluaga 15%). Mortificado el señor Uribe con sus pipiolos carentes de opinión, anda coqueteándole al gobernador de Antioquia Sergio Fajardo y al exgeneral de la Policía Óscar Naranjo.
Pese a sus aglomerados compromisos internacionales, ha tenido tiempo para escribir su autobiografía donde surge como un héroe invicto en todas las contiendas de la vida. Su libro "No hay causa perdida" es ameno, redactado en agradable lenguaje coloquial.
Es incansable. Poco duerme, lo aglomeran las fatigas, pero el yoga y la valeriana le permiten ser un soldado con fusil al hombro las 25 horas del día. Uribe de liberal no tiene nada. Es napoleónico, rígido mentalmente, adicto al incondicionalismo, de una cavernícola extrema derecha.
Qué distinto el señor Uribe de los abúlicos expresidentes conservadores. Betancur y Pastrana nos abandonaron. El primero se amancebó con las musas, y el segundo es un playboy, buen bailarín y fiestero. A los dos les importa un higo el Partido Conservador, dirigido en estos momentos por monaguillos parroquiales. Por eso estamos como estamos.
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