Camilo Vallejo


Al discurso de la paz le fue fácil volver a tomarse el presente. Quedó demostrado que así digamos estar muy envalentonados, nunca dejamos de esperar el día en el que la idea de eliminar el enemigo ya no sea necesaria.
En este nuevo diálogo de paz que se ha iniciado con la guerrilla, más que repetir y repetir que se pongan en práctica las lecciones del pasado, hay que resaltar aquello que siempre hemos sabido pero que olvidamos en cada intento: que la paz no es un regalo que nos hacen, sino un milagro que nace de los sacrificios y trabajos que todos acordamos hacer.
Entonces si la lección más vieja y menos practicada es esa, que la paz depende de lo que se haga entre todos, una buena forma para comenzar a cambiar nuestra rutina de intentos es que cada uno, sin distinción, se ponga en la tarea de examinar cuánto de lo que hace en comunidad amenaza o facilita la paz.
Quienes son periodistas, por ejemplo, habrán de ponerse en la tarea de ver qué tanto de su labor puede integrarnos hoy y mantenernos unidos en adelante, y qué tanto nos divide en medio del odio y la frustración. El periodismo -igual que las otras disciplinas-, deberá repasar sus deficiencias y reflexionar sobre sus maneras y sus fines; siempre pensando que, en un diálogo de paz, cada acción que se emprende determina la forma como imaginaremos el futuro.
El 21 de febrero de este año, Élber Gutiérrez Roa reseñó en El Espectador los errores que cometió el periodismo en las negociaciones de paz de El Caguán. Entre ellos apareció la falta de preparación para una confrontación desarmada; por eso el periodista, vencido por el afán y la vanidad de la nota, se dejaba usar como instrumento de daño aun cuando las armas pudieran no estar apuntando a nadie. También se vio la exaltación de las noticias en caliente, esas que aparecen por la supremacía de lo inmediato sin dar tiempo de explicar el contexto que las articula y les proporciona un verdadero sentido. Finalmente se destacó el exceso en la exposición mediática de los actores armados y, como contracara, la desidia frente a la propia agenda de negociación y los demás sectores sociales interesados en el proceso.
Sin duda todas estas son formas periodísticas que se deben revisar para no repetirlas, sin embargo el periodista no debe dejar de reflexionar sobre lo más esencial de su labor: la forma como narra. Al respecto hay que recordar que, en su contienda con la realidad, al periodismo no le quedó de otra que contar historias. Y si eso es lo que sabe hacer -armar a su manera los relatos de la realidad-, aquello deberá serlo primero en cuestionarse ante la posibilidad de que esta disciplina le apueste a la reconciliación.
Si decimos que el aporte para la paz de un periodista está en su labor de contar historias, deberá entender que no puede hacerlo de cualquier forma. En su tarea tiene un compromiso ético que, como lo diría Daniel Santoro, nace más de la honestidad con una convicción que de la supuesta objetividad. La paz le hará tomar posición: contar lo que pasó durante el tiempo de guerra para enfatizar sobre lo que no se debe repetir, y, por el otro lado, ponerse al servicio de las historias de los que más han sufrido, sabiendo que así se publicitan los principios que harán justo el nuevo comienzo y que impedirán que se justifique la guerra.
En la construcción de la paz, mientras los abogados acuden a leyes y sentencias engorrosas, los expertos se abstraen en estudios fríos. El periodista por el contrario solo tiene la opción de buscar las palabras precisas para construir historias que la gente entienda y siga.
El periodista, por definición, cuenta con las herramientas para escribir y hablar de tal forma que cualquiera lo pueda leer y oír; sobre todo para que sean muchos los que se identifiquen con la realidad que cuenta. Así que es el llamado a entender que, sobre todo en un proceso de paz, hay que contar las historias bien contadas, porque nada da más esperanza que una historia que propone y nada reúne más que una historia que conmueve.
Y quizás la paz sea solo eso: una historia bien contada que da esperanza y que reúne.
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