César Montoya


Conozco el contorno del alma de Ómar Yepes. Me he asomado, una y otra vez, al abismo iluminado de su conciencia, para analizar la química composición de sus entretelas, desmenuzar el por qué de sus comportamientos y aprehender el halo intangible de sus actos.
Yepes es un hombre elemental. Austero, sencillo, de naturaleza descomplicada. Si otros le rinden pleitesía a los espejos, o se dejan avasallar por los micrófonos, o buscan desesperadamente los reflectores televisivos, Yepes los rehuye. Es tímido. No hace alardes de sus excelentes condiciones para el mando, ni se regodea con el brillo fatuo y, siendo un general en los campos de Marte, no farolea con las batallas que gana.
Lo signa el atavismo de las costumbres antioqueñas. Es decir, tiene palabra de oro, principios éticos, fortaleza moral. No lo marean los halagos, ni busca los acomodos, ni utiliza los ditirambos para los arrimos palaciegos. Suya es la firmeza impávida de las escolleras, la rígida presencia de las montañas. Lo construyen, lo afirman y lo intemporalizan las realidades.
Su campo funcional no es la poesía, sino la prosa densa. Es un matemático de la vida. Pero también es un intelectual. Cuántas veces lo he encontrado ensimismado en la lectura de los clásicos, embebido en ensayos perennes, escribiendo sus propias reflexiones en las orillas de las páginas, lo mismo que hacía Napoleón. Cuando tiene que exhibir la sustancia que alimenta su cerebro sobre temas arduos, en medio de eruditos, se desenvuelve con descrestadora suficiencia. Soy testigo.
La bella calificación que hizo Ortega y Gasset del verbo como "musa vociferante" no es exactamente el estadio de Ómar Yepes. Tiene un lenguaje castigado. Sobrio, macizo, constructivo. La verdad, y nada más que la verdad, es el escabel de sus exposiciones.
Los que amamos los balcones engolamos la voz, estiramos caprichosamente el ritmo de las frases, buscamos el clamoreo con eco largo. Trabajamos la emoción. Yepes descarta esos alambiques de la retórica. Es directo, seco como una ortiga en verano, experto en planteamientos concretos. Es cerebral.
Además, decidido. Antes de contraer responsabilidades, olfatea. Su nariz es prodigiosa. Maneja las ecuaciones de las circunstancias, prevé el peligro, detecta el horizonte como un zahorí. También reservado. Esquivo a veces. Sus decisiones son incambiables y contundentes. Muere al pie de sus compromisos.
Es imprudentemente generoso. Los judas lo utilizan. Su corazón es un océano y en él desembarcan marineros honestos y piratas. Cuántos corsarios con rostro de mendigos llegaron a su estuario para vegetar a la sombra de los hartazgos burocráticos. Cubierta la gestación de las pitanzas abandonan el bajel con el cinismo propio de los tránsfugas.
Es un intuitivo. Sus ojos escudriñan, tiene el don de los tanteos, es suya una metafísica capacidad adivinatoria. Sabe de los anticipos estratégicos. Lo escolta el céfiro de la profecía. Pero es ingenuo. Se deja engañar.
Lamartine en su Historia de los Girondinos escribe sobre los "hombres épocas". Yepes en Caldas ha sido un fenómeno humano. Supo desmontar con audacia cautelosa la jerarquía ancestral que manejaba el conservatismo. Sin estridencias, con frialdad y buen cálculo, peldaño a peldaño, sin ruidos premonitorios, tuvo cenit como soldado y un radiante amanecer transformado en general sin émulos.
La vida nada le ha regalado. Ha sido un combatiente. Tiene el rostro acerado por los soles que despuntan sobre la cresta del Páramo del Ruiz, la piel resistente de los bogas que abaniquean sus barcazas en la anchura del río de la Magdalena y una garganta sonora convertida en orquesta, cuando con serenatas de enamorado, perturba el sueño de La negra Canchelo, en el Valle de Sopinga.
Es polifacético. Escudriñador y malicioso. Madrugador y prudente. Vertical en el mando. Detecta los peligros. Acertado en los presagios. Lo signa un impactante equilibrio mental. Es responsable administrador de la victoria.
Se está con él o contra él. Como amigo es un océano y como adversario es tranquilo y dialogable. No tiene enemigos. Jamás habla mal de sus contradictores. Ha sido un ascensor. ¡Cuántos destinos humanos se realizaron bajo su sombra protectora! Es un amnésico. No tiene memoria para coleccionar rencores. Escribe quien lo conoce.
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