Alejandro Samper


En medio de esta vorágine de políticos que buscan favorecerse a través de reformas judiciales, de ver al presidente Juan Manuel Santos mentir y no aceptar su responsabilidad en estos hechos, de tanta corrupción e impunidad... fue una bocanada de aire fresco leer esta semana el discurso del presidente de Uruguay José Mujica, durante la pasada cumbre de Río+20.
En dicha conferencia, que se llevó a cabo a finales del mes pasado en Río de Janeiro y a la que asistieron 193 líderes mundiales para buscar soluciones a la crisis medio ambiental del planeta, no se llegó a nada. La organización internacional Greenpeace dijo que era "otra oportunidad perdida" para establecer responsabilidades; Jim Leape, director del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), agregó que fue una cumbre en la que "los líderes mundiales que se reunieron perdieron el rumbo para construir un futuro sostenible".
‘Pepe’ Mujica, sin embargo, se echó un discurso sensato en el que responsabilizó del descalabro ecológico mundial a las campañas de consumismo que nos rodean y que tienen que ver directamente con la política. "¿Estamos gobernando a la globalización o la globalización nos gobierna a nosotros? ¿Es posible hablar de solidaridad y de que estamos todos juntos en una economía que está basada en la competencia despiadada? ¿Hasta dónde llega nuestra fraternidad? (…) El hombre no gobierna hoy las fuerzas que ha desatado. Sino que las fuerzas que ha desatado gobiernan al hombre. (…) El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad, tiene que ser a favor de la felicidad humana, del amor, de las relaciones humanas, de cuidar a los hijos, de tener amigos, de tener lo elemental. Precisamente porque eso es el tesoro más importante que se tiene. Cuando luchamos por el medio ambiente, el primer elemento del medio ambiente se llama la felicidad humana".
Mujica, a diferencia de muchos, predica y aplica. Dona el 90% de su sueldo de 12 mil 500 dólares mensuales a causas sociales, porque con el resto le "alcanza" ("me tiene que alcanzar porque hay otros uruguayos que viven con mucho menos"). Vive en una pequeña parcela donde lo más valioso es un tractor, maneja un Volkswagen modelo 87, y cuando lo invitan a eventos pomposos como la Cumbre de las Américas que se hizo este año en Cartagena, no le da pena aceptar que se queda dormido en los discursos de sus colegas; muchos de ellos tan inútiles como los expuestos hace poco en Río+20.
"¿Se acuerdan de Rico Mac Pato, aquel tío millonario del pato Donald que nadaba en una piscina llena de billetes? El tipo había desarrollado una sensualidad física por el dinero. Me gusta pensarme como alguien que le gusta darse baños en piscinas llenas de inteligencia ajena, de cultura ajena, de sabiduría ajena. Cuanto más ajena, mejor. Cuanto menos coincide con mis pequeños saberes, mejor", dijo Mujica en otro discurso, este de 2010 ante un foro de intelectuales. Es lo contrario a los políticos que tenemos acá: al presidente del Senado de la República Juan Manuel Corzo a quien su sueldo de $16 millones no le alcanza para tanquear sus dos camionetas. Al senador Eduardo Merlano que saca en cara los 50 mil votos que sacó en unas elecciones para pasar por encima de la ley. Al procurador Alejandro Ordóñez que insiste en tratar a los consumidores de drogas como delincuentes.
Porque esa es otra cosa de ‘Pepe’ Mujica: hace poco anunció que le pedirá al Congreso de su país que legalice la marihuana y le permita usar 64 hectáreas para el consumo interno. Así, los 75 millones de dólares que mueve el mercado negro de esta yerba en Uruguay, serían para el Estado y sus políticas de prevención, salud y educación, según dijo a la revista Semana (No. 1574) Sebastián Sabini, diputado de la coalición de Mujica. Imaginen lo mucho que se podría hacer con esos US$75 millones. Ahora imaginen lo que se podría hacer con los 36 mil millones de dólares que se calcula alcanzó a mover el narcotráfico colombiano en 2010 en cocaína. Una fortuna que, como María Teresa Ronderos escribió en su columna La melcocha nacional (El Espectador No. 35.788), solo le queda una parte a nuestros mafiosos, "pero suficiente" para financiar generales, fiscales, notarios, ministros, congresistas, senadores y armar parrandas en islas con cantantes famosos y demás farándula nacional.
Puede que los opositores de Mujica saquen a flote su pasado guerrillero Tupamaro y los 15 años que pasó en prisión, para desprestigiarlo. Su bigote esconde una cicatriz que le quedó de las torturas que le hicieron los miembros de la dictadura militar de entonces. Puede que Uruguay tampoco sea la utopía: su crecimiento económico este año se calcula en el 4%, un poco por debajo del de Colombia (4,3%); sus índices de violencia parecen incrementarse comparados con las cifras del año pasado según indicó el asesor del Ministerio del Interior, Gustavo Leal. Sin embargo, sigue siendo el país más seguro de América Latina, reporta infolatam.com. Y el escándalo de corrupción más sonado en los últimos meses en ese país se debe al intento de soborno de funcionarios argentinos a un asesor de Mujica, para favorecer a unos contratistas en una obra de ingeniería y dragado de un canal en el río de La Plata. Julio Baráibar, el funcionario uruguayo, no aceptó el dinero y pasó su carta de renuncia porque al parecer su palabra estaba en entredicho.
En Colombia, esto no pasaría. Ahí tenemos a los congresistas todavía sacándole el culo a sus responsabilidades con lo de la depravada Reforma a la Justicia. Ni el presidente de la Cámara, Simón Gaviria, que aceptó haber firmado el documento sin leerlo, ha renunciado. "Los que estamos aquí (los políticos), nos acercamos a la política para servir, NO para servirnos del Estado. La buena fe es nuestra única intransigencia. Casi todo lo demás es negociable", afirma Mujica. Ojalá tuviéramos líderes así, y no esos homúnculos que tenemos por políticos.
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Ver a Álvaro Uribe, con José Obdulio Gaviria y Fernando Londoño Hoyos proclamando al Puro Centro Democrático como el nuevo partido político del país, da miedo. ¡Sieg heil!
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