César Montoya


Son muchos los enfoques posibles sobre Bernardo Arias Trujillo. Pocos tan completos y acertados como el de Ángel María Ocampo en su libro "Pasión & Patria". Todas las facetas del personaje aparecen en vitrina. Su nacimiento, sus trashumancias y su temperamento revolucionario, la exhibición de sus debilidades humanas y sus labores periodísticas, su vida como diplomático y su ostracismo social. ¡Qué estudio de tan extenuantes sondeos en los anaqueles, y qué estilo tan depurado!
Desconocíamos la profusión de libros salidos de su inquietud intelectual. Pensábamos que su obra estaba circunscrita a "Risaralda", "En Carne Viva", "Diccionario de Emociones", "Por los Caminos de Sodoma", más la traducción de la "Balada de la Cárcel de Reading" cuyo autor es Óscar Wilde. Según Ocampo, hizo otras publicaciones de peso liviano.
Cada lector tiene un por qué en el rebusque y desentierro de sus libros. ¿Fue un político influyente? Nunca lució una jerarquía importante en su Partido Liberal. Socialmente ser gay en esos años oscurantistas era un baldón estigmatizante. Sus desvíos fálicos lo marcaron con el inri de los réprobos. ¿Diplomático? Poco significa un secretario en ese atascado mundo de cócteles y de alambicadas cortesías. Arias corrió con suerte en Argentina porque su jefe era José Camacho Carreño, príncipe verboso en el manejo del idioma, que -por cierto- poco dejó como artesano de las letras.
"Risaralda" es una novela regional, con un personaje vital: la Canchelo, morena ardiente, con piel oscura, ojos transformados en bodegón de lujuria, fuente inagotable de pecados mortales para los caporales del Valle de Sopinga. El pueblo era un reducto de vaqueros libertinos y de hembras guapas, fáciles y abiertas a la codicia de los hombres. "Por los caminos de Sodoma" es una historia de personajes licenciosos, con un inclinado fondo de uranismo.
Queda el artista. Es corta y mala su producción poética. Pero su poema "Roby Nelson" es una historia palpitante de los burdeles de Buenos Aires, con noches de opio, en donde Arias encontró un pilluelo del cual se enamoró perdidamente. Cómo sería el escándalo, por los años treinta del siglo pasado, en un medio pacato como el nuestro, con ese cínico poema, indignante para algunos, pero de una pedrería hermosa como obra de arte. El mendigo de cariño, le dice al efebo: "En mis noches paganas de crisis voluptuosas/ en los hondos naufragios de mi fe y mi dolor/ yo te pido como antes que me vendas dos cosas: / un gramo de heroína y dos gramos de amor/".
"En Carne Viva" es una diatriba degollante contra muchos personajes de su época, llena de zunchos hirientes. Es un panfleto atroz, escrito con sangre de hiena.
¡Pero qué bellos cantos, qué lirismo, qué entonaciones tienen sus elegías inspiradas en las pesadillas de los delirium tremens! Este es mi Bernardo Arias Trujillo. Por qué he de sonrojarme si confieso que lo leo y releo cada vez con mayor fruición. Su lenguaje cantarino, la imaginación desbordada en orquestaciones, con un idioma que en sus manos es dúctil plastilina. Los himnos al bambuco, la ruana, el aguardiente, el machete, el poncho, su carta a Josefina Dugand, sus retablos de Simón Bolívar, su exaltada y heroica defensa del amor griego, la descripción perfecta del mundo de los circos y su miserere por las mujeres otoñales en "Los caminos de Sodoma" son ebrias baladas de imposible superación.
Este es el Bernardo Arias Trujillo que buscamos los gomosos de una literatura eufónica y levantisca, con crepitación pasional, escrita bajo los efectos del mundo artificial de las drogas.
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