Álvaro Marín


Esta época mercantilista de final de año nos impone el deber de regalar -a rajatabla y al debe- cualquier cosita con el propósito de expresar sentimientos y, de manera primordial, para estimular el comercio, bastante ilusionado frente a la temporada navideña. No obstante, debemos recordar, de acuerdo con la tradición oral, que lo que importa no es el tamaño o el precio del obsequio, sino el detalle. Según esta premisa, nadie se escapa aunque sea de hacer votos o de manifestar, al menos en lenguaje espiritual, parabienes o buenos deseos.
Paralelamente, también se repite el inveterado y machacón ejercicio simbólico de regalarles algo útil a los personajillos que han estado en la escena de la actualidad o en el ojo del huracán, con el fin de reseñar sus penosas o absurdas actuaciones. Por lo tanto, sin tanto preámbulo, entremos en materia de aguinaldos:
La obra inmortal, ‘La alegría de leer’, para un joven y ambicioso expresidente de la Cámara, porque la clave de un ‘delfinazgo’ exitoso consiste en que Simón lea, y Arturo, Calle.
Para los magistrados de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, que resuelven conflictos con criterio extrasensorial, un curso salomónico básico de geografía y cartografía, con énfasis en el mar Caribe, para que sus pifias escandalosas no pisen los callos de la razón natural.
Para Roy Barreras, el merecido título del ‘Lagarto del año’ con hermosos hologramas en precioso estuche de piel de cocodrilo, acompañado de micrófono inalámbrico, de amplio espectro, para que parlotee 24 horas continuas por todos los medios disponibles.
Más ciudad y menos calle, para que el Alcalde de Manizales gobierne de verdad.
Una refinanciación con lo que queda de la novelesca Interbolsa, para los premios Nobel que tuvieron que rebajar el monto monetario del galardón debido a la crisis europea.
Para nuestra tugurizada carrera 23, un Año Nuevo con más control, dignidad y decencia, con menos grasa, desvergüenza y caos.
Un bloque de búsqueda de la verdad, para las Farc, a ver si se conjura su cinismo medioeval junto con su ofensiva burguesía narcotraficante de impecable camuflado.
Un pesebre desasnado, para el Papa Benedicto XVI, con arrogantes figuritas que mejor evoquen el esplendor del nazismo y del férreo talante ario.
Para Petro, el insufrible e impredecible alcalde de la capital colombiana, una maestría en improvisaciones, para ver si recicla su maltrecho prestigio político y su bolivariana incapacidad gerencial.
Una carta de navegación -con manual de supervivencia-, para los vecinos del Aeropuerto de Palestina, con tal que se resignen a tener, a cambio de pueblo, un magnífico tierrero con espléndida polvareda con terraplenes, pero sin torre de control.
Para Chávez, una línea directa con su paisano el siervo José Gregorio Hernández, con un vademécum actualizado sobre curaciones milagrosas efectivas.
Para todos los gobernantes, una nueva actitud de responsabilidad para administrar, impulsados por el bien común y no tentados por las laxantes encuestas de opinión.
Para el oscurantista senador Gerlein, el moderno método de bricolaje, ‘Cómo decorar la caverna a base de vaselina’.
Un silenciador humanitario para los profesionales de la estridencia política y farandulera, con el fin de mitigar su ruidoso protagonismo, cuya frivolidad tanto daño le hace a la posibilidad de armonía y convivencia colombianas.
Urgente: entregarles a los narradores de fútbol un libreto serio con el que se apliquen debidamente a relatar el juego, en lugar de atiborrar con propaganda ininteligible los 90 minutos del partido.
Y por último, pero que debería ser lo primero, para el departamento de Caldas, la continuidad de una persona honesta, eficiente e idónea en el manejo responsable de su destino.
Confiemos en que dentro de un año, para variar, podamos cambiar este juego por otro esperanzador, como el ‘De La Habana viene un barco cargado de… ilusiones’.
Para el cierre, como también es habitual, no me queda más que decirles: Perdonen la ‘bobaíta’, pero es con mucho gusto.
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