Guillermo O. Sierra


Todavía me sigue pareciendo que el texto Las venas abiertas de América Latina, escrita en 1971, por el extraordinario poeta y narrador de la vida Eduardo Galeano, continúa siendo un punto de referencia para quienes queremos entender lo que significa la historia de los pueblos en este sur del continente. Se preguntaba Galeano, en su texto, y con seguridad la pregunta sigue teniendo vigencia, cómo es posible que vivamos en una región que ha sido tan bendecida por la naturaleza y seamos tan infortunados social, económica y políticamente. ¿Por qué?
Por supuesto, bien podríamos argüir muchas razones que quizás den buena cuenta de las causas; al fin y al cabo, para justificar los males que nos aquejan: corrupción y abusos de poder, siempre nos inventaremos mil argumentos. Creo que nos hemos convertido en expertos para encontrar explicaciones de cómo justificar la ilegalidad desde lo legal. Se lo escuché alguna vez al maestro del humor político en Colombia, Jaime Garzón. Decía algo así como que no conocía a nadie más cómodo que los colombianos. A veces pienso que nos gusta el sabor y el olor lo fácil; no obstante las cualidades de las cosas, éstas nos proporcionen siempre aromas diversos, distintos. Qué mal que a todos nos sepa y nos huela lo mismo la vida.
Y eso está mal, en una sociedad como la nuestra, máxime si reconocemos que en América Latina hay cerca de 570 millones de ciudadanos que habitan 41 países. También lo dijo alguna vez Galeano, somos un pueblo de muchos ojos: ojos que miran distinto, que sienten diferente… ojos que reflejan en los espejos una muy amplia gama de colores, de sueños y esperanzas. Nada más los indígenas integran cerca de 650 pueblos, una porción importante de la población en este sur del continente; y la etnia de los afro-descendientes son un sector muy amplio, basta mirar a Brasil en donde se concentra la segunda mayor población en el mundo, después de África. En este Sur, se hablan poco más de 600 idiomas. En este Sur, los ciudadanos saben (ellos, no los gobiernos) que son diferentes, que son diversos y que fácilmente se encuentran caminando día tras día por largas reservas hídricas y de biomasa leñosa en la tierra.
He titulado esta columna Para algo debe servir que seamos distintos. Ciertamente es largo, pero quiero llamar la atención sobre el Congreso internacional de educación inclusiva que comienza hoy, y que lo materializaron las universidades Católica y de Manizales, junto con la Secretaría de Educación municipal y el Ministerio de Educación nacional. Expertos en temáticas de la diversidad abordarán sus investigaciones de la alteridad, la interculturalidad, en la producción de conocimiento respecto de crear diseños curriculares incluyentes, estilos cognitivos amplios; y mirarán la posibilidad de la pertinencia de tener un diseño universal de aprendizaje…
Veo con mucho agrado que sigamos pensando desde la teoría (que no está alejada para nada de la práctica, sé que sobra decirlo, pero…) cómo encontrar senderos que se bifurcan y nos muestren caminos por donde encontrar nuestras identidades. Y quizás no me equivoco, si digo que avizoro que una de las conclusiones del Congreso podría estar en que la mayor identidad que tenemos es que somos diferentes, y que esta diversidad es tal vez el mayor legado que podamos tener de quienes nos han antecedido y construido la historia de esta América Latina tan nuestra, tan de todos.
No puedo olvidar que hasta hace pocos años se daba un debate crucial en Europa, respecto de qué modelo cultural seguir: el de la segregación y la exclusión de las culturas que eran -y son diferentes-, o el de la apertura hacia un modelo intercultural. No era una cuestión de poca monta, si se considera que la idea de fondo consistía en mantener o no la hegemonía cultural en tierras europeas.
Me parece que, por fortuna, nosotros no tenemos que enfrascarnos en este tipo de discusiones, sobre todo porque en América Latina, los ciudadanos saben (ellos, al parecer no algunos gobiernos), y cada vez con mayor claridad, que no nos gustan los monopolios, y menos los monopolios culturales.
Qué bien que continuemos desde la academia pensando cómo -y aprovechando nuestras infinitas diferencias- podemos encontrar un gran relato nacional para construir una sociedad razonable.
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