Óscar Dominguez


Salve, feligresía que lleva del bulto. Soy el modesto Renault 4, treintañero, regalo del cura Renzo Zocca al papa Francisco. Con 30 años y 300 mil y pico de kilómetros en mi hoja debida, espero ser ungido como papamóvil. Gracias, Espíritu Santo, por el favor, si finalmente soy ungido como cachivache oficial.
Me habría gustado acompañar hace poco al che Francisco a la cuna de su tocayo, “el mínimo y dulce Francisco de Asís”, de quien tomó su nombre. El “poverello” (pobrecito) veía a un pobre y se les arreglaba el semestre. También a Francisco.
El mensaje que Francisco está dando al acogerme es simple: no más vanaglorias ni papamóviles que metían a los papas en una burbuja costosa que impedía el abrazo de pulpo con los parroquianos de a pie.
Después de verlo en acción llegué a la conclusión de que mi papa es el José Mujica de los argentinos. Y Mujica, el papa Francisco de los uruguayos. Extraña forma de empatar dos eternos rivales futbolísticos que comparte ese río con ínfulas de mar que es La Plata.
No lo he transportado mucho pero puedo decir que Francisco hizo fácil el oficio de papa. Es más, no parece papa sino un argentino bien colocado. Me late que se le salió del libreto al Espíritu Santo que debe estar preguntándose cómo se le filtró un papa sui géneris, insólito, como este argentino, convertido en el Messi de Dios, hincha del san Lorenzo.
Para asegurarse el cielo sin sobresaltos, los fabricantes de estos rascacielos rodantes llamados papamóviles corrían a regalarle uno a su medida al nuevo mandamás del Vaticano. Tenían en cuenta su estatura, color preferido, fobias, signo zodiacal, estatura, tamaño de su soberbia. Pero Francisco, el hombre, no le jala a la ostentación. Nació sin su argentino ego.
Aquí donde me ven, proletario modelito 84, me bastó para los desplazamientos de Francisco en la Plaza de san Pedro. Gasta más un ciempiés en tenis que el papa en mocasines.
Ya no comprará zapatos rojos, de camaján, en las exclusivas tiendas romanas donde venden accesorios para pontífices y cardenales.
Tiene claro mi papa, con san Agustín, que la primera, la segunda y la tercera virtud coinciden en una: la humildad. San Agustín fue casado, tuvo familia y dejó colgado de la brocha a más de un churro africano. Ojalá mi ilustre pasajero no siga su ejemplo y permita que algún día el eterno femenino taconee en la pasarela vaticana. Ya dio algunas puntadas.
En Renault están felices con el papa, mientras la competencia trina. La compañía francesa no tendrá que invertir un euro más en publicidad en los próximos años. Por lo menos mientras Francisco no vista el traje de luces de la eternidad. “Y el día esté lejano”, claro.
Ojalá haga rápido las reformas que le encargó al sanedrín de ocho cardenales entre los que no incluyó a ningún colombiano. Debe ser en represalia por el 5-0 de Colombia a Argentina en fútbol. Los papas también tienen su corazoncito.
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