Andrés Felipe Betancourth


No hace falta ahondar demasiado en cifras para reconocer que no somos un país pobre. Nuestras dotaciones de bosques, recursos minerales, agua dulce, superficie costera y oferta climática, comparadas con las de otros países "del sur" son sin duda ventajosas. Además, pese a casi dos siglos de corrupción e ineficiencia del Estado, nuestros niveles económicos (macro) tampoco son los más bajos. Nuestra economía ha crecido, la inflación es baja y el producto interno bruto per cápita se duplicó en la década pasada. Claro está, ese "per cápita" incluye tanto al nuevo dueño del periódico El Tiempo como a quien lo vende en los semáforos, aún cuando el progreso económico de ambos no es equiparable.
Ahí está la expresión de pobreza de nuestro país: en la inequidad. En contraste con nuestra riqueza natural y nuestro desempeño económico, el índice de Gini de Colombia es absurdo y vergonzoso, al mismo nivel de Haití y varias naciones africanas.
Pero además preocupa que no tengamos desde nuestros decisores las voluntades para revertir tales situaciones. Solo por pensar en nuestros dos últimos presidentes, uno promovió una reforma laboral para que los ricos ayudaran a generar desarrollo, mientras otro promueve una reforma tributaria con el mismo argumento. Sin duda, parecen enfrentados entre ellos, pero no lo están respecto de su modelo de desarrollo.
Uno apoyó a los grandes empresarios agrarios, y el otro impulsa la minería, y ninguno se equivoca al señalar que ahí se encuentran opciones para apalancar empleo y desarrollo social. Pero el problema no está en la actividad misma, sino en que las prebendas que han rodeado a terratenientes y mineros se condensan en beneficios para ellos, y algunos no parecen dispuestos a redistribuir los beneficios que obtienen. Al menos la tributación, que es una obligación de todos quienes tenemos actividades económicas, algunos suelen evadirla, evadiendo al mismo tiempo su contribución con el desarrollo social.
Las últimas columnas de Daniel Coronell en la Revista Semana denuncian que la exsuegra de Valerie Domínguez, por predios de enorme valor en el Valle del Cauca, paga menos impuesto predial que muchas familias de la Comuna San José de Manizales. Así mismo varias empresas mineras están en la mira de la Contraloría por haber dejado de pagar miles de millones de pesos en regalías y transferencias obligatorias.
Reitero, el núcleo del problema no está en la actividad. En la cuenca del río Chinchiná más de 900 familias rurales están en condición de pobreza extrema. De ellas, casi la totalidad viven en fincas de menos de 2 hectáreas y de altas pendientes, y muchos de ellos tienen un bajo nivel educativo, deficiente infraestructura de comunicaciones y muchos superan los 50 años de edad. En esas condiciones, la superación de su condición no se va a encontrar en los proyectos productivos. Algunos inevitablemente deberán ser sujetos de subsidio. Otros tantos, los más jóvenes, debieran ser empleados por los empresarios del agro, que tienen tamaños de operación, acceso a créditos y facilidades de acceso a mercados. Si los grandes hacendados y los mineros ofrecieran trabajo digno y estable, y además tributaran lo justo, las cifras de desempleo serían menores, y los subsidios no estarían ahondando nuestros huecos fiscales. No somos entonces un país pobre, sino un país que acepta y perpetúa que muchos de sus habitantes vivan en serias condiciones de pobreza. Y lo permitimos todos, no solo el jefe de gobierno, el dueño de los medios o el minero.
Finalmente, pensando en esta columna encontré un argumento para rebatir la afirmación de Sebastián Trujillo en su columna de Julio 14 de este año, cuando decía que "… las humanidades, con lo importantes que son, no nos van a sacar de pobres". En las orquestas juveniles de Batuta hay jóvenes de todos los estratos, y a la hora de los conciertos, nadie logra diferenciar entre ellos a quienes viven en estrato 1 de los que viven en estrato 6. Distinto ocurre con el desempeño en tecnologías o la práctica de ciertos deportes. Estoy de acuerdo en que las artes y las humanidades no nos sacarán de pobres, pero sí ayudan a vencer discriminaciones y a tejer escenarios de equidad.
Y ¡ojo!, de nuevo en Manizales los resultados más bajos de las pruebas Saber son en Filosofía y Sociales… de seguir así tendremos técnicos y profesionales competentes en tecnología e idiomas, que ayudan al crecimiento económico del país, pero con mínima sensibilidad respecto de la justicia social y la equidad.
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