Jorge Enrique Pava


No la tiene nada fácil el presidente Santos. El país se le desmorona en sus manos y nadie parece atinar con la solución para salir de las crisis. Y a pesar de los billones de pesos que se han invertido en publicidad, defensa de imagen, aceite de medios de comunicación y silencio de opositores, la caída en picada de su popularidad y aceptación que hoy muestran las encuestas es simplemente aterradora.
Tal vez le hacen faltan asesores, o le sobra soberbia, o se ha excedido en la ambición reeleccionista. ¡O todo junto! Lo único cierto es que perdió absolutamente su credibilidad ante el país, y que el descuido sistemático para atender con oportunidad los problemas puntuales de sectores económicos críticos, llevó a que estos se organizaran para protestar, para exigir, para imponer condiciones (todas ellas justamente provocadas) y se viera acorralado por quienes hoy reclaman con argumentos y son mediocre, falsa o incumplidamente atendidos.
Que ha habido manifestaciones infiltradas por la Marcha Patriótica y/o las Farc, no cabe duda. Pero de esto no se puede quejar nuestro presidente, pues ha sido él quien más alas les ha dado y ha sido él quien las ha reconstituido para la desdicha de todos los colombianos. Y este es otro problema adicional, pues cuando el Gobierno Nacional se niega a dialogar con quienes protestan con justicia para pedir su salvación, y aduce que no está dispuesto a dialogar con violentos, en los medios de comunicación las Farc anuncian desde Cuba sus determinaciones que sumisa, humilde y pusilánimemente acoge Santos; y cuando desconoce el paro agrario porque supuestamente no existe, paralelamente las Farc exigen reconocimiento político, despeje del territorio nacional y gabelas y dádivas desproporcionadas a las cuales se cede secretamente. ¡Y eso origina más descontento aún!
Pero volviendo a las encuestas y los resultados catastróficos que arrojan para el presidente, no podemos perder de vista que al acecho se encuentran las Farc que no dejarán pasar esta oportunidad para aprovechar la debilidad del Gobierno Nacional y ganar más terreno en estas transacciones ocultas y perversas de La Habana. ¡Qué peligro! Porque muy seguramente en el afán de recomponer su camino y de combatir la pérdida de imagen, el presidente se dedicará a conquistar una negociación a cualquier precio, donde lógicamente quienes asumiremos todo el costo seremos los colombianos de bien.
Y mientras tanto, la convulsión interna se sigue fraguando. Ya ha irrigado Santos algunos recursos económicos para paliar las revueltas, los bloqueos de carreteras y los paros de diferentes sectores; pero estos son insuficientes y en muy poco tiempo volverán con más fuerzas a exigir soluciones; y ante cada solución, surgirá un nuevo problema. Porque son soluciones temporales, paños de agua tibia o silenciadores de revueltas momentáneos. Pero en el fondo la crisis continúa y llegará el momento en que explote con consecuencias impredecibles.
¿Qué hacer entonces? En estos momentos el país no necesita un político, ni un jugador a la cabeza; necesita un estadista. Necesita un líder que empiece por reconocer los problemas para hallar las soluciones; necesita alguien dedicado a generar confianza; a cumplir lo que prometa; a reconquistar la voluntad popular; a unir las fuerzas vivas entorno a una política decente; a dialogar con sensatez no con quienes nos tienen asolados, destruidos, atemorizados, desplazados, mutilados, secuestrados y empobrecidos (para ellos está la Fuerza Pública), sino con quienes generan la riqueza nacional y merecen todas nuestras consideraciones.
Repito: no necesitamos un jugador a la cabeza del Estado. Primero, porque ese jugador está apostando lo que no le pertenece y por eso no teme perderlo; y segundo, porque la profundidad de la crisis por la que atravesamos es tal, que las soluciones no pueden regirse por el azar sino que deben ser iguales o más profundos que los problemas, y deben dirigirse a atacar directamente a las causas y no a velar las consecuencias.
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Que los criminales de las Farc insistan en exigir, imponer, mandar y dominar el mal llamado proceso de paz, mientras nos asesinan soldados y policías y siguen sembrando el terror en el país no es nada extraño, pues así han procedido durante décadas. Pero que el Gobierno Nacional asuma una posición tan sumisa, débil y arrodillada, sí es motivo de indignación y repudio. Y así lo están demostrando las encuestas. Y, más que las encuestas, el ambiente enrarecido que se siente en todo el territorio nacional y la desazón por todo lo que tenga que ver con un Gobierno que nos está entregando sin reatos ni dolor de patria.
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