Esteban Jaramillo


Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Cuando variadas y desestabilizadoras teorías se paseaban entre el caos y la incertidumbre en las tribunas, las cabinas de periodistas y el camerino del Once Caldas, el equipo empezó a dar pistas de otro fútbol, sin bajar los brazos. Los lamentos y las críticas se fueron apaciguando y, lentamente, aunque con timidez, resurgió el reconocimiento.
De provocar al público, con su pálido rendimiento, el Once pasó a invitarlo a su fiesta, con su lúcida reacción. Se reforzaron los peculiares lazos afectivos, tan dependientes siempre de los resultados y con la misma pasión del rechazo firme, retornó la confianza.
No estuvo el Once Caldas contaminado a lo largo del año por casualidad. Bajo la lupa crítica, no tuvo un buen rendimiento; los futbolistas y el cuerpo técnico carecieron de altura en la competencia y el ambiente fue tenso durante meses. Además, la nueva dirigencia, a pesar de sus buenas intenciones, pagó derecho de piso con fallos ruidosos.
Todo cambió con un golpe de timón en el manejo táctico, el modulo escogido y, especialmente, en la elección de los jugadores, con la confianza que da la continuidad. El pacto de vestuario fue sólido y firme y con él, llegaron los resultados.
La mejor manera de saldar las deudas fue con triunfos y con goles, y el Once los consiguió con autoridad, a través de la influyente gestión del entrenador, tantas veces cuestionado. Supo, a propósito, el Sachi, aguantar con paciencia y respeto, las arremetidas críticas a su gestión, cuando el calendario reducía los tiempos y el escepticismo colmaba el ambiente. El equipo fue otro…el Sachi también.
De menor a mayor, el Once terminó la campaña, como el mejor equipo de los últimos tramos de la Liga, con razones futboleras para pensar que el trabajo, en la parte final, no será tan desteñido como a mediados de año, en idéntica instancia.
Aunque el favoritismo corre por cuenta de otros clubes, el conformismo no puede aterrizar para malograr las expectativas que el aficionado tiene. No puede pensarse que con estar entre los ocho, la labor está cumplida. Cierto es que el descenso ya no acosa y que la relación jugadores-rendimiento es próspera, pero para convocar al hincha a las tribunas, el Once debe manifestar su intención innegociable de victoria y su apetito por los puntos en discordia. Es un acto colectivo de fe, es el compromiso con la tribuna, es el respeto a los colores y la camiseta.
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