Orlando Cadavid


El Fondo Nacional del Café "nació de una necedad", según confesaba el exministro Fernando Londoño y Londoño, que le abrió las puertas al gobierno para meterse a un gremio privado de productores.
Comentaba el erudito líder manizaleño que la bonanza de los años 50 se dio porque una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, se disparó la demanda de la bebida, especialmente en los Estados Unidos, y Colombia tenía en sus depósitos grandes existencias de grano, algunas bastante añejas, pero que mantenían su calidad suave.
Al excanciller Londoño se le ocurrió entonces que el Congreso Cafetero adoptara dos medidas de maniobra económica y comercial, propuestas que fueron acogidas al pie de la letra:
1) Un impuesto Ad-valorem para nutrir un fondo que garantizara la estabilidad del precio interno de compra de las cosechas futuras. 2) El impuesto de retención, que era en especie, una cuota o porcentaje de cada cargamento que los exportadores debían entregar a la Federación y tenía que ir a los almacenes de depósito con el fin de atender coyunturalmente los aumentos de la demanda y de los precios del producto en el mercado internacional.
Aprobadas las dos iniciativas, el gobierno notificó a la agremiación que ambas tenían un carácter fiscal y, por tal razón, sería el poder ejecutivo el que administraría esos impuestos. Abrió la cuenta "Fondo del Café" en el Banco de la República y la Junta Monetaria comenzó a fijar las pautas para alimentarlo. Ante la bonanza de los años 70, se aceptó que la odiosa retención cafetera no fuera en especie sino en moneda.
El Comité Nacional de Cafeteros, integrado en partes iguales por el Gobierno y los cultivadores del grano, más un puesto de la Contraloría General de la República, fue el encargado de fijar las políticas de la producción y de la economía del sector que entonces sustentaba la economía nacional.
Las voces de dirigentes que representaban a los productores del Viejo Caldas y de la madrecita Antioquia, eran las únicas que pedían cuentas y auditorías de la Contraloría General de la República de los manejos de los fondos, pero esas voces se fueron apagando con algunos relevos generacionales y como nadie volvió a preguntar -incluidos los muy respetables periodistas especializados- esa platica se perdió al igual de lo que pasó después con los recursos de la bonanza petrolera.
En 1987, el entonces gerente de la Federación, Jorge Cárdenas Gutiérrez, le informó al gremio que, a pesar del crecimiento de los ingresos al país provenientes de las exportaciones de café, carbón y petróleo, en los años 90, pese a los bajos precios del grano, "el café continúa y continuará siendo en los próximos años uno de los componentes de la balanza de pagos del país más importantes, sino el más importante, pues la casi totalidad de las divisas generadas por sus exportaciones las pone a disposición para el desarrollo de otros sectores económicos del país".
La apostilla: Un experto en estas difíciles ciencias se pregunta al cabo de los años, después de ver la tumultuosa manifestación de protesta del lunes pasado, en Manizales: ¿por qué ahora el café y los productores del grano resultan antipáticos para esos otros sectores de la economía y del gobierno que se nutrieron y crecieron a la sombra de la rubiácea?
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