Camilo Vallejo


Siempre que llega el tercer día de mayo, el mundo celebra por la libertad de prensa. Sin embargo este año, por el atentado que sufrió Ricardo Calderón, periodista de la revista Semana, los colombianos pasamos esta fecha desconcertados, como recordando que los peores días no son del pasado.
Pero conmemorar la libertad de prensa implica eso, tener presente lo que significa narrar la verdad en nuestro país y en nuestra región. También implica recordar a aquellos que todos los días lo intentan, que triunfan y que fracasan. En Caldas, al menos mientras siga la impunidad, mientras el duelo no pueda cerrarse, siempre volveremos a Orlando Sierra Hernández.
Lo asesinaron por decir la verdad pero no fue solo por eso. Él era una amenaza por lo que contaba pero también por la forma en que lo hacía. Su peligro estaba en haber encontrado las claves de la lengua caldense y, por lo mismo, en haber conseguido que la gente lo leyera, lo siguiera y lo entendiera como periodista. Fue hábil al leer las condiciones de su lugar y los modos de narrar en él.
Caldas, el viejo, fue la cuna de eso que llamaron "grecolatinismo" en la mitad del siglo XX. Una forma narrativa que se hizo valer más por su escritura que por su oralidad, a pesar de que ésta fue más prolífica porque sus autores eran políticos de plaza antes que otra cosa. Como lo hemos dicho otras veces, se trató de una imitación romanticista llena de ornamentos y florituras, de metáforas exageradas, de paisajes y heroísmos sobrevalorados, de defensa de una tradición del cómo nos veíamos y no del cómo éramos.
Era una forma enrevesada, que construía laberintos de palabras para camuflar las agendas políticas conservadoras entre la literatura y para confundir periodismo con proselitismo, como lo hacía el resto del país. Era una estrategia de combate que redundaba en los adjetivos para menospreciar los sustantivos, que hablaba más del adorno para no profundizar en lo adornado. Fue una forma de hablar que se extendió en el tiempo y en el espacio hasta copar casi toda la comunicación.
Sierra sabía que aún era ese el campo en el que debía moverse al final del mismo siglo y al principio del siguiente. Uno que era escrito, de adornos, de literatura de propaganda, de metáforas, de periodismo político conservador, de combate desde los adjetivos. Con un público, que si bien ya no era el que dio luz a esta forma de narrar, sí fue educado en el estudio y en la admiración de estas lecturas.
Así que Orlando Sierra escribía conociendo su audiencia y nos hablaba como si fuera parte de la herencia de esos ancestros tan recordados. Nos hablaba con familiaridad, sin salirse del marco. Por eso jamás se le vio como "resentido" o "panfletario", esos estigmas de los que tanto nos valemos para descalificar. Pasaba por culto. Cuidó su condición de poeta: sabía que tener esa otra cara era efectiva al hablarle a una audiencia que se creía altamente ilustrada.
Así llegó a definir sus propios modos de narrar, aunque fue enfático en hacer una diferencia: él sí quería ir a lo más sustantivo, a la verdad, a los nombres propios, a la realidad sin disimulos ni adornos. Sabiendo bien que no podía decir todo tal cual, optó por poner patas arriba las cosas y usar para unos fines las formas que habían sido pensadas para otros. Esa fue su traición. Caldas había usado lo adjetivo para velar lo sustantivo y él, en vez de renunciar a lo adjetivo como hicieron otros, se propuso usarlo como antídoto.
Fue combativo, como cuando retó a Arturo Yepes a llevar la polémica a un escenario público (2 de septiembre de 2001. "Cuando quiera, donde quiera").
Fue metafórico: "Luis Emilio Sierra y Luis Alfonso Hoyos (en la persona de Óscar Iván Zuluaga) se están enseñando sus afiladas espuelas, sin saber que quien se las calzó para el embate no fue otro que el senador Renán Barco". (21 de octubre de 2001. "La política del desencuentro").
Habló creyéndose un héroe: "¿Dios mío, por qué no me hiciste un poco más cobarde y resignado? Yo también, lo confieso, le temo al ¡Pum!". (12 de octubre de 2011. "Cogito, ergo ¡Pum!").
Fue tradicionalista, hasta costumbrista. Fue florido, romanticista, activista. Y no lo fue solo por estrategia, lo hizo por gusto.
Con él murió parte de la verdad pero también un estilo efectivo de contársela a los caldenses. La libertad de prensa tiene tanto de fondo como de forma.
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