Andrés Felipe Betancourth


El modelo de democracia representativa del mundo occidental alcanzó de manera general su consolidación en los gobiernos nacionales de América Latina, en la década de los 80, luego de una época protagonizada por gobiernos militares, casi todos ellos cuestionados por las restricciones a las libertades civiles y por serias evidencias de violaciones a los derechos humanos.
Sin embargo, bien pronto llegó el decaimiento de nuestro modelo democrático, que en teoría se mantiene, pero en la práctica ha perdido la esencia de la representación por parte de quien encarna las voluntades y aspiraciones del pueblo elector, y en lugar de ello ha sabido ubicar en el poder a quien mejor encarne los intereses de unos pocos, manipulando en el camino las voluntades del pueblo para ganar la gracia de la elección.
Reconozco estar hablando en términos muy generales y superficiales, pero con la triste seguridad de reflejar las condiciones generales de nuestra débil democracia. Tan débil es, que cada vez es menos la representación del gobierno del pueblo, y cada vez más se parece, en los niveles nacionales, al gobierno de los presidentes. Tan débil es, que los presidentes han encontrado las maneras para manipular las constituciones nacionales a su amaño, para "atornillarse" en los tronos del gobierno. Tan débil es, que ante la inminencia de su muerte, que parece ser lo único que realmente los desacomoda del poder, han buscado y elegido ellos mismos a sus sucesores, incluso en sus propias familias, y han sabido transferirles el poder, legitimando esa transferencia con los votos del pueblo. Raúl, Nicolás o Cristina son claros ejemplos de ello.
Pero también ocurre esta triste decadencia en los niveles territoriales de nuestro país. La transferencia de curules en nuestras últimas elecciones de Congreso fue indudable, cuando varios de los congresistas procesados por la justicia, volvieron a ganar en elecciones donde fueron representados por sus hermanos, sus esposas o sus hijos. No hay en ello proceder ilegal, pero sí es evidente nuestra debilidad como fuerza electora, porque no hay sanción social para quienes son procesados por ilícitos en medio del ejercicio de sus cargos.
Ahora mismo en Caldas asistimos a un momento crucial para medir la fuerza de nuestra democracia. Es probable que para el momento de publicación de esta columna, se hayan anunciado decisiones, pero para el momento en que se redacta, persisten preocupaciones por el curso que los hechos están tomando. Sin duda es fuerte el golpe por la salida de Guido Echeverri, quien había logrado restablecer en corto tiempo la confianza en la institucionalidad del ente territorial. Pero esa institucionalidad, incluso en homenaje al doctor Guido, debe continuar en su proceso de liderar las transformaciones que el departamento demanda.
No puedo ocultar la inquietud frente a la iniciativa de un "candidato de consenso", pues entre otras cosas puede llegar a significar que quien sea escogido por los líderes de los partidos, siendo candidato único, resulte automáticamente elegido Gobernador, a menos que llegara a sorprender el voto en blanco -situación poco probable en un departamento como el nuestro-. Así las cosas, quien gobierne el tiempo que resta del actual período, no sería escogido por 150 mil votos, sino por el consenso de nuestros líderes.
Pero más allá de eso, nos debe interesar la continuidad por la senda trazada en el último año y medio, y eso debería pasar más por el compromiso de todos los ciudadanos que por el nombre de la persona que ocupe determinado cargo. Nuestra democracia representativa nos ha hecho seguir casi ciegamente a grandes hombres y mujeres, y mientras ponemos nuestra mirada en ellos, hemos perdido la capacidad para enfocarnos en las soluciones hasta de nuestros más pequeños problemas.
La concertación y construcción participativa de planes y programas, el diálogo con las comunidades y los territorios, el reconocimiento y respeto por las diferencias, estaba marcando diferencias en el gobierno departamental, no solo por el gobernador, también por la mayoría de sus secretarios. Quienes ocupen esos cargos en lo que queda del actual período, y en los sucesivos, deberían tomar como referente tales maneras de proceder, para devolvernos a los ciudadanos no solo la confianza en las instituciones, sino además la confianza en nosotros mismos, sabiendo que podemos y debemos participar de los procesos que nos involucran.
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