Jorge Enrique Pava


Tocar el tema de la Industria Licorera de Caldas en la prensa, es tocar un tema de contrastes. Un día figura como la joya de la corona y digna de toda consideración y defensa, y al otro se presenta como un foco de corrupción, malversación o enriquecimiento de unos pocos, y por lo tanto hay que feriarla a como dé lugar. Pero en el medio de titulares que venden, y de noticias que generan expectativas por cosas triviales, se está cerniendo una situación que todos los días se acerca más a la realidad: la quiebra total de nuestra industria por la desaparición de sus mercados.
¿Suena catastrófico? ¡Claro! Pero es real. Desde el mes de febrero del año 2011 cuando el gerente era Carlos Eduardo Neira Estrada, se aducía que se tenían que abrir las fronteras con el departamento de Antioquia toda vez que era la única forma de nivelar los mercados entre los departamentos, dado que el volumen de contrabando que estaba ingresando a Antioquia -especialmente de nuestro Ron Viejo de Caldas- se estimaba en dos millones de botellas. ¿Qué tal? Estábamos volviendo a la estúpida fórmula de vender el sofá para acabar con la infidelidad… Afortunadamente esas goteras que se sentían como el inicio de una gran tormenta se calmaron y el tema quedó temporalmente archivado.
Pero el cese de esos amagos de tormenta no significó que las intenciones de abrir las fronteras también hubieran cesado. Por el contrario, por debajo de la mesa se viene haciendo un trabajo silencioso y perverso que está ligado al contrato leonino que firmó la gerente Joves -supuestamente para la distribución de Crema de Ron Sheers- que desembocó en el otorgamiento velado de la distribución de todos los productos de la ILC en Antioquia. Un trabajo que, precisamente por lo silencioso, es más peligroso aún, pues encierra intereses millonarios y desgracias incuantificables para el Departamento.
¿Y por qué afirmar que la empresa está en peligro de quiebra? Pues porque en el momento en que se dé la apertura, la pérdida de valor de las marcas de ILC se vendrá como un alud en nuestra contra, ya que nos será imposible enfrentar la competencia de una empresa que, como la FLA, tiene un gran músculo financiero, comercial y productivo y está acostumbrada a penetrar mercados con una agresividad sumamente efectiva.
Otros se preguntarán: ¿por qué puede ser peligroso si, por el contrario, tendremos acceso a un nuevo mercado y, por ende, a la ampliación de las ventas? Pues porque el mercado que se insiste en abrir está colmado de sus propios productos y es un mercado de personas regionalistas (¡qué envidia!), que aman profundamente a su tierra, a sus empresas, a sus gentes, a su departamento, y no van a mutar a productos ajenos cuya calidad es paralela con los que produce la destilería antioqueña.
¡Ah difícil que será ver a un antioqueño tomar Aguardiente Cristal, teniendo a la mano su propio producto! Y, lastimosamente, ¡cuán fácil será ver a muchos caldenses adoptar los productos antioqueños, con el solo fin de acabar con la ILC! Ya nos pasó con la Chec y otras empresas que nuestros dirigentes prefirieron "regalar" (aunque con inmensos beneficios personales para ellos) después de haberlas rodeado de sombras, señalamientos y perversidad. ¿No será a esto a lo que le apuntan hoy con la ILC?
La ILC ha demostrado que no está preparada para afrontar una competencia del tamaño de la antioqueña. Por eso se perdieron los mercados de Risaralda, Quindío y la Costa Atlántica donde por muchos años predominaron el ron y el aguardiente caldense. ¿Bajamos de calidad, perdimos calificación o se rechazaron las marcas? ¡No! Simplemente nos desaparecimos de esos mercados por el manejo mediocre de la publicidad y por la falta de presencia permanente que requieren este tipo de productos. Y mientras la soberbia enceguecía a la ILC que se creía soberana e irremplazable en sus mercados naturales, la FLA penetraba esos mismos mercados vinculándose a todo tipo de evento y obra social o fiestera, e inundando con sus marcas todos los establecimientos y sitios de asistencia masiva.
Y en Caldas, hay que decirlo, ha pasado lo mismo. Tal vez nunca como ahora la ILC ha perdido presencia y se ha marginado de las actividades sociales y lúdicas. Y, por ende, el sentido de pertenencia ha venido decayendo de una forma dramática, lo que pone a la empresa en una situación de extrema vulnerabilidad en su propio territorio.
Entonces abrimos las fronteras y unos pocos bolsillos quedarán inmediata e inmensamente llenos. Pero la ILC tendrá que ver cómo su propio mercado es inundado por la competencia y cómo el consumidor, al encontrar un producto más visible, más económico y de igual calidad, termina desechando el tradicional y acogiendo el foráneo como propio. Ya nos ha pasado en otras ocasiones, con otras marcas, productos y empresas. ¿Por qué esperar algo diferente ahora, si quienes dirigen la ILC en la parte comercial, de mercadeo y de ventas son los mismos antioqueños?
Tanto la Gobernación de Caldas como la junta directiva de la ILC tienen que pronunciarse oficialmente sobre el particular y dejar expresamente claro que no permitirán la apertura de fronteras con Antioquia, mientras no estemos preparados para afrontar solventemente la competencia. De lo contrario, tendremos que asistir a un entierro de tercera para otra de nuestras industrias insignes. ¡Y tal vez les estaremos dando gusto nuevamente a quienes en forma soterrada gestan la quiebra de las empresas y se enriquecen con la desgracia colectiva!
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