Andrés Felipe Betancourth


En la tradición oral del sur de la península ibérica circula un adagio que reza: "Lo que sabe bien a la boca sabe mal a la bolsa". Sentencia perfecta para significar la proporcionalidad entre nuestros gustos y comodidades y el precio que hemos de estar dispuestos a pagar por ellas. En esa misma línea de proporcionalidad, los bienes y servicios que tienen más alto precio, generalmente nos llegan de quienes tienen mayor poder económico o al menos mayor capacidad para soportar altas inversiones. Los platos más exclusivos no se sirven en restaurantes populares, así como sus dueños no son quienes cocinan para la subsistencia diaria.
Inicio con este planteamiento, apenas lógico, para poner en discusión la cuestión sobre el origen del poder económico de las grandes compañías mineras que hacen presencia en nuestro país y en buena parte del globo. Dichas compañías son objeto permanente del señalamiento respecto de su capacidad para influenciar decisiones de política en nuestros países, lo cual, se presume, está correlacionado con el comportamiento de sus balances y ejercicios financieros.
En contraste, con algo de solidaridad y posterior indignación volvimos la mirada hace unos meses al municipio de Piedras, en el Tolima, por su ejercicio de consulta popular en oposición a los proyectos mineros en su territorio, que casi seguro se queda sin piso por no ser la instancia municipal competente en la definición de zonas excluidas de la actividad minera. Aquella movilización, por los meses de junio y julio, coincidió con cierta retracción de las labores de exploración y explotación aurífera en el país, pero para nada determinada por el efecto de la movilización de los ciudadanos de Piedras. La única razón determinante de la desaceleración de la locomotora minera ha sido la caída del precio internacional de los minerales, especialmente del oro, que ha visto cómo buena parte de sus poseedores a nivel mundial están vendiendo desesperadamente sus reservas, consecuencia de los escenarios de incertidumbre de la economía global.
Pero así mismo, la explotación del oro ha tenido momentos de júbilo cuando la demanda mundial ha disparado sus precios, no solo por la constitución de reservas, sino además por demandas crecientes de otros usos menos conocidos del oro. La tecnología por ejemplo, de la que cada vez tenemos más dependencia, supera ya 10% de la demanda global, y ha alcanzado a consumir cerca de 500 toneladas anuales del precioso metal. Y seguimos en ascenso. Las propiedades del mineral, no como joya, sino como material resistente, maleable y de alta conductividad, lo hace casi imprescindible en el desarrollo de nuevas piezas electrónicas, cada vez más pequeñas y versátiles. Nuestros computadores, tabletas y celulares de hoy, aunque en piezas muy pequeñas, tienen porciones de oro.
Para no dar muchas vueltas, a lo que quiero llegar es que nuestros discursos con frecuencia cuestionan las acciones de quienes pretenden explotar el oro, mientras nuestro consumo de tecnología (irracional e ineficiente quizá) está contribuyendo en el incremento de la demanda y por esta vía, al mantenimiento de los altos precios. Así mismo, otros minerales como litio, níquel, magnesio, antimonio, berilio, cobalto, galio, entre otros, son parte fundamental en la fabricación de baterías, teléfonos, celdas solares, etc. Y paradójicamente, como con otras riquezas del mundo, su disponibilidad en tierras del primer mundo es baja, mientras su existencia parece abundar en África y América Latina.
De la misma manera, nuestro consumo desmedido de plásticos, detergentes, asfaltos, pinturas y fertilizantes, además de los lubricantes y combustibles, mantiene una alta demanda de petróleo, que explica las razones por las cuales, en virtud de su monopolio, hasta se han desatado guerras e invasiones militares.
No considero viable un estilo de vida de "cero consumo", pero creo que si, al menos, hiciéramos uso responsable y razonable de los combustibles, si no demandáramos plástico de manera irracional y si no cambiáramos nuestros aparatos cuando uno mejor sale a la venta, sino realmente cuando deja de prestar su servicio, dejaríamos de contribuir a una balanza que se inclina cada vez más a favor del deterioro de nuestros ecosistemas y nuestros sistemas económicos y políticos.
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