Jorge Raad


Puede decirse sin temor a errar que sobran palabras y páginas que se escriben sobre el problema de la salud, en donde se cuenta y recuenta lo que conocen y sienten millones de colombianos.
Todos narran casos o mencionan cifras para sensibilizar. Lo real es que traducen dolor, angustia, impotencia y por ende la sensación de desamparo de las personas, porque hay que estar cerca de los problemas de salud de los pacientes y sus familias para entender todo el drama, un panorama catastrófico fundamentado en lo que significa ser paciente o tener un familiar o un amigo enfermo.
Tanto ir y venir, con o sin respuestas, sin resultados para los enfermos, que los pacientes y sus familias terminan por entrar en una etapa de indiferencia frente a una vida indigna, para algunos heroica, por la forma de soportar la enfermedad con resultados inhumanos. También, si pueden, recurren a los servicios de salud privados, comenzando por la automedicación, comprometiendo su patrimonio, incluyendo su casa, su pequeño negocio o su salario. Quienes no poseen nada y son abandonados recurren a la caridad o se entregan al obligado sufrimiento ilimitado, tanto físico como psíquico.
Es justo reconocer que no todo es una hecatombe. Hay ejemplos, muchos más de lo que se reconoce, que maravillan por los resultados que comienzan desde la misma cotización o de la declaración de subsidiado, hasta la etapa de rehabilitación del paciente y apoyo familiar. Sucede que el dolor y la injusticia en los niños pequeños son más demoledores y jamás deberían existir en estas personas. Los seres humanos tienen derecho a una vida digna, de no ser así nada se justifica en el planeta.
¿Cómo lograr una calidad de vida igual a la que se otorga a otras especies en condiciones especiales como las consabidas y respetadas mascotas? El ser humano no necesita de cuidados extremos y selectivos, es suficiente con que se le respeten sus derechos, así no sea abrazado, besado y contemplado a cada segundo. ¡Uy, qué pereza un meloso o una empalagosa!
Los integrantes del triángulo médico-paciente-funcionario, son testigos de todas las peripecias posibles en salud, con muerte o sin muerte, con lesión o sin lesión permanente, incluyendo todas las afecciones psíquicas derivadas. Muchos son responsables, incluyendo los ciudadanos pasivos no enfermos. Sin embargo el compromiso no es igual en ellos.
Cada quien expresa su particular manera de enfrentar el problema, ya sea luego de estudios consistentes, o simplemente como un aporte salido de su experiencia o de la extrapolación de su caso personal. En salud hay muchos intereses, evidenciados en múltiples oportunidades, unos aterradores e inconfesables y otros que demuestran que el ser humano es tratado como una piltrafa.
Lo que necesitan de inmediato los colombianos son soluciones que rápidamente lleguen a ellos. Como se dijo antes, ya no más teorías y más teorías, normas y más normas, promesas y más promesas, señalamientos y más señalamientos. Colombia está pasada de una decisión radical que enderece el sistema que maneja la salud de los ciudadanos. Y eso no se consigue derogando, equivocadamente, toda la Ley 100 de 1993.
Los colombianos están en mora, hace muchos años, de tener un sistema de salud que les permita confiar en que cobertura y calidad no son una burla. Todos lo saben, pero el Estado, que es su obligación, no quiere o no puede encontrar el camino correcto, a pesar de las leyes, decretos y normas emitidas para solucionar de raíz los problemas que afrontan los colombianos en salud. El problema no es de otros, es de todos, nadie está a salvo.
Nota: Un hospital universitario es tan misional en la Universidad de Caldas, como una clínica veterinaria, un consultorio jurídico, un teatro, una sala de audición, un taller de modelaje artístico o una granja.
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