Andrés Hurtado


Siempre lo he tenido claro: las conversaciones de paz no se deben adelantar con los guerrilleros sino con los miembros del Congreso de la República, con ambas cámaras. Cuando a una guerrilla el pueblo no la quiere, ella por sí sola se acaba por falta de apoyo. ¿Por qué entre nosotros no se acaba de esta manera? Sencillamente (es una opinión mía) porque estamos entre la espada y la pared. El pueblo no quiere a la guerrilla; entonces debe querer a lo contrario de la guerrilla que es el orden, la democracia, la justicia. La democracia y la justicia están representadas, en su cabeza más visible, por el Honorable Parlamento que es quien elabora las sacrosantas leyes de la República. Y, ¿cómo querer a esa fuente de corrupción, la primera, la más excelsa, la más podrida, que es nuestro parlamento? Decenas de parlamentarios en la cárcel, decenas investigados, decenas absueltos en juicios discutibles, eso por un lado. Por otro, varios de ellos con las manos un poco rojas de sangre (ensangrentadas dirían otros) por su amistad con paramilitares asesinos. Por otro lado, ciudadanos descarados y sin responsabilidad ninguna que no asisten a las sesiones y cobran sueldos completos. Por otro lado, señores que a lo largo de 22 años se subieron el sueldo de 14 a 40 mínimos; o sea que su salario quedó multiplicado por 34 desde 1991 mientras el salario mínimo de los escuálidos y esquilados colombianos solo se multiplicó por 11. Francamente no entendemos nosotros mismos cómo soportamos esta caterva de "demócratas". Por todos los lados por donde se lo mire, nuestro Parlamento es la fuente de todas nuestras desgracias. Y en las encuestas ocupan el último puesto en favorabilidad junto con la guerrilla.
Lo lógico es que el presidente de la República sea el funcionario que gane el más alto sueldo oficial. Ahora resulta que un congresista, un señor de nombre Navas Talero, propone que sean ellos, los congresistas los que más ganen y que ningún servidor del Estado, incluyendo el presidente de la República, devengue más que ellos.
Por todo esto y por muchas razones más, las conversaciones de paz se deben adelantar primero con el Parlamento. ¿Para llegar a qué conclusiones? A que sean honrados, a que sean decentes, a que sean responsables, a que no sean descarados, a que amen al pueblo colombiano muy por encima de su bolsillo, a que se pongan un salario justo, a que no insulten al pueblo que los eligió, que no lo insulten con sus procederes y actitudes, etcétera. Cuando esto se logre habrá paz.
Hace unos días algún personaje de la vida nacional se quejaba y decía candorosa y ridículamente que lo que pasa es que el pueblo no quiere a su Parlamento. Realmente tiene razón. Pero la cosa debe expresarse de otra manera: lo que ocurre es que el Parlamento no quiere al pueblo colombiano, lo desafía con sus procederes, lo desconoce, lo menosprecia, lo humilla.
Creo que los colombianos estamos de acuerdo en que la tragedia principal del país es la corrupción generalizada, casi total y sabemos que si no existiera esa corrupción, la guerrilla seguramente se acabaría. Y la corrupción en Colombia es un monstruo de 100 cabezas de las cuales 99 pertenecen a nuestros Honorables Parlamentarios. Hagamos las conversaciones de paz, justicia, decencia y decoro con ellos. Sentémoslos a la mesa y no les perdonemos nada. Digamos, en honor a la clemencia, que debe haber por allí algún parlamentario honesto, o dos o quizás tres.
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