Jorge Enrique Pava


Le tocó por fin al Gobierno destapar las negociaciones que se encontraba haciendo con las Farc. Gracias a las informaciones de prensa y a la insistencia del expresidente Uribe en el sentido de que algo se estaba fraguando con estos criminales, el país se dio cuenta de un avance en las negociaciones y pudo conocer parte de la agenda que se tiene planeada.
A simple vista no es malo. Luchar por la paz ha sido el objetivo de los gobiernos de los últimos treinta años, cada uno con métodos diferentes y acudiendo a actores también diferentes. Pero la constante ha sido el desengaño, la traición y el mayor fortalecimiento de los grupos terroristas. ¿Por qué puede ser diferente ahora? ¿Qué ha habido de distinto, aparte de un Gobierno que bajó la guardia totalmente?
Las Farc y el Eln arremetieron su escalada terrorista en los últimos meses, mientras el Gobierno retiraba las tropas de los puntos estratégicos (caso Cauca) para dejar libres amplios corredores por donde se trafican armas y narcóticos y campean orondos los narcoterroristas. ¿Es esto parte de las negociaciones secretas con las Farc? Y mientras el país veía cómo se fortalecían nuevamente los enemigos del Estado, el propio Gobierno aceptaba con cobardía la degradación de sus fuerzas armadas y la humillación de sus hombres. ¿Obedece esto a un compromiso oculto?
Pues todo parece indicar que sí. El fracaso del trámite del fuero militar y la persecución judicial evidente que se ha emprendido contra los miembros del Ejército y la Policía nacional es otra de las aberraciones que el propio Estado está cometiendo para solaz de sus enemigos. Y la degradación moral de los miembros de la Fuerza Pública además de la inestabilidad personal, familiar e institucional es otra batalla que ganan los terroristas en Colombia, esta vez con la anuencia de un Gobierno débil, pusilánime e incapaz, que prefiere ceder a los chantajes armados que aplicar con rigor los mandatos constitucionales.
Porque no es justo que nuestros soldados y policías, después de exponer su vida para defender la nuestra, y logren salir vivos de los cruentos ataques terroristas, tengan que enfrentar otra guerra en los tribunales. Y mientras tanto, a los criminales que nos atacan se les pretenda conceder los derechos que hace rato perdieron y reconocerles estatus de benefactores por decir que quieren negociar una paz que en nada les conviene, pues con la paz se acabaría su negocio y sus actividades mafiosas, las que se han constituido en un emporio que no van a estar dispuestos a ceder.
Repito: ¡No es justo! ¿Cómo se pueden sentir los soldados y policías detenidos, procesados o condenados al ver que, mientras ellos se empobrecen buscando su defensa judicial, el Gobierno se hinca de rodillas y les entrega nuestra dignidad a quienes ellos combatían? ¿Y qué pueden sentir las tropas activas al ver que tienen que exponerse ante unos enemigos que mañana saldrán laureados, mientras ellos saldrán derecho para la cárcel?
Como tampoco es justo que se haya "caguanizado" en la sombra al país entero, mientras se negociaba en los escritorios de Cuba o Venezuela y la inseguridad se apoderaba de vastos territorios nacionales. Llevamos dos años cediendo terreno y el Gobierno negociando, despejando, entregando a sus hombres a una justicia penetrada por la izquierda internacional, y tratando de aliarse con los enemigos mientras el país se derrumba. ¡No es justo!
Pero además, en medio de estas injusticias nos enfrentamos a un peligro inmenso. Es indudable que el Gobierno ha cedido a las presiones terroristas y que, en la medida en que los ataques se acrecientan y el poder destructor de los criminales se hace más visible, el miedo y la reverencia se hace también más evidente. ¿Y qué pasará con las demás organizaciones criminales del país? ¿Acudirán a esos mismos métodos para tener al Gobierno arrodillado? La debilidad manifiesta del presidente puede llegar a convertirse en la peor arma en contra del país. Y pensar que lo elegimos con la esperanza de la continuidad de unas políticas de seguridad que nos hacían percibir un país en paz. ¡Definitivamente, no es justo!
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Y, como era de esperarse, vuelve a la escena Teodora, esta vez reclamando su espacio en las negociaciones y exigiendo que traigan nuevamente a "Simón Trinidad" y a "Sonia", y expeliendo el mandato de que ella (Teodora) tiene que ser protagonista de esta nueva farsa. ¡Qué tal!
Aunque, pensándolo bien, tal vez el protagonismo que reclama sea lógico y sí deba hacer parte de la mesa de negociaciones. Pero no en representación de un Gobierno que quiere tumbar, ni de una fuerza pública que ella misma se ha encargado de degradar y denostar, ni de un Estado que ella vitupera y ataca. ¡No! Que haga parte de una mesa de negociaciones, pero en representación de las Farc y que destape oficialmente sus cartas, así corramos el riesgo de que, al final, resulte ella también beneficiada con las dádivas que muy posiblemente ha ofrecido el Gobierno Nacional y la tengamos que soportar nuevamente en escenarios políticos con unos derechos reestablecidos. Es decir, así corramos el riesgo de que el de ella sea otro triunfo de las armas sobre las leyes y de la extorsión sobre las decisiones judiciales que la afectan.
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