César Montoya


Hay políticos biches, pintones y maduros, adictos a la hojarasca. Viven de aspavientos. Buscan el oropel, los instrumentos de viento, el golpe seco de los tambores. Se exportan a sí mismos. Son agentes publicitarios de sus microscópicas hazañas; tienen un concepto sexual de la propaganda y eyaculan cuando ven sus nombres en letras de molde. Los rige el hoy y no el ayer, el hoy y no el mañana. Se inflan con los aplausos, con el ruido ostentoso de las bocinas, con las golosas bastoneras que riegan serpentinas, con los discursos lisonjeros en los atriles eclesiásticos. Son un soplo. Proyectan sus nombres en los homenajes de ocasión, se autovaloran, engordan con las alabanzas, se dejan anestesiar con ripios emocionales. Personajes efímeros que confunden la historia con la fugaz anécdota salonera. Como el rayo, fulguran un instante y luego ingresan al mundo del olvido.
Son exhibicionistas. Organizan bazares sabatinos, reparten dádivas con los dineros oficiales, nimban sus nombres de resplandores mesiánicos. Son unos ciclotímicos. Amenazan con romper la jeta, marica, le ponen sayas de mesalinas a la Constitución, no los amarran las palabras, insultan a los jueces, montan melosas parafernalias para amancebarse en el poder. Se endiosan y se creen eternos.
Pero ¡cómo es de dura la adversidad! Se evaporan las lealtades, desaparecen los acólitos, se desharinan sus movimientos políticos y sin las fanfarrias del gobierno tienen que peregrinar de nuevo por los pueblos dogmatizando, atizando odios, trenzando polémicas vinagres.
Luis Alfonso Arias Aristizábal, quien fuera excelente gobernador de Caldas, alguna vez, en descarnada conversación, me hizo verídicos esbozos sobre lo que es la espuma de la transitoria autoridad. Explicaba cómo son de alborotados y postizos los multitudinarios recibimientos en los pueblos, cómo de fácil se otorgan las condecoraciones, cómo son de elocuentes los almibarados discursos de los tribunos municipales. Como mandatario de esta ínsula, debía soportar el dulce abaniqueo de los adjetivos, los afectos emotivos, la coqueta marea de mujeres hermosas, los hincamientos, las exageradas comparaciones con las más importantes figuras de la humanidad. Pasado el cuatrenio de la embriaguez burocrática, es dramático el desinfle. Quien ayer era exaltado como un héroe, pierde el carisma y se marchitan las coronas de laurel que antes ciñeran su testa de ingenuo gobernante.
La política es una ciencia de duras realidades. Cuántos gobernadores subieron por las escaleras del mando, cuyos nombres nadie recuerda. En cambio en Caldas siguen vivos y deciden los líderes. Ahora, en el liberalismo, Adriana Franco, en el conservatismo Ómar Yepes Alzate y Luis Emilio Sierra, en Cambio Radical Jairo Antonio Mejía Álvarez y Jorge Enrique Robledo en el Polo Democrático. Son ellos los grandes electores de los transeúntes que, con votos ajenos, llegan al poder.
Los gobernantes provocan algarabías. Hacen espuma. Pero todos ellos son aves de paso. Les falta chocolate.
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