José Jaramillo


Cuando apenas comenzaba la primera guerra mundial, en 1914, dijo el káiser alemán Guillermo II: "En una contienda bélica, la primera víctima es la verdad". Algo semejante sucede en las campañas políticas. Causa asombro que personas intelectualmente idóneas, que han desempeñado altos cargos del Estado, cuando confrontan tesis con los adversarios de turno, con miras a ganar unas elecciones, dicen cosas que descalifiquen al contendor, conscientes de que son mentiras, porque jamás perderá vigencia la máxima maquiavélica: "El fin justifica los medios". Bien hace, entonces, el mandatario serio con seguir adelante con el programa de gobierno que considera adecuado, haciendo caso omiso de los perros que le ladran: "Ladran, Sancho, porque cabalgamos", dijo don Quijote, refiriéndose a algo que experimentan los jinetes, en sus recorridos por los caminos: de todas las casas les salen perros a ladrarles.
Las mentiras pueden ser perversas, ingenuas, piadosas o simpáticas. En esta última clasificación se especializan los buenos contertulios, los conversadores amenos, que entre charla y charla meten sus cañazos, que alegran los espíritus y no hacen daño a nadie.
Don Alejandro Álvarez fue un ciudadano de Armenia, excelente persona y gran señor, famoso por sus exageraciones. Contaba él que cuando era pollo fue a pasar vacaciones a la finca de un tío. Éste había sembrado una chocolera y en medio del lote se levantaba un frondoso písamo. Cuando comenzaron a brotar las mazorcas, el árbol se llenaba de loras por las tardes, para comérselas tiernas. Ante las quejas del tío por esta circunstancia, el muchacho, Alejandro, le dijo: "Tranquilo, yo soluciono eso. Encarguémosle mañana al lechero que traiga del pueblo una caneca pequeña con brea y una brocha, y verá lo que hago". Cuando tuvo los elementos a la mano, se subió al árbol y de arriba para abajo comenzó a untar la brea en todas las ramas. Al caer la tarde comenzaron a llegar las loras hasta copar el písamo. "Entonces -contaba don Alejandro- me metí por debajo del árbol, hice un tiro con una escopeta y se volaron las loras y se llevaron el písamo".
Y el ingeniero manizaleño Gustavo Robledo Isaza, quien además de visionario y creativo es un gran conversador, cuenta que cuando era niño se mamó un día de la escuela para irse con unos compañeros a bañar a los chorros termales que abundan por la vereda Gallinazo. Según él, les cayó un rayo y los atendieron en su humilde vivienda unos campesinos. Mucho rato después, cuando estuvo repuesto del totazo, llegó Gustavo a la casa; y dice que cuando contó lo del rayo para justificar la llegada tarde, le pegaron dos pelas: "Una, por mamarse de la escuela; y otra por mentiroso".
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