José Jaramillo


Son innumerables los casos que pueden mencionarse de avances tecnológicos, cada vez más sorprendentes y eficientes, especialmente esto último en términos de beneficios para el crecimiento y la rentabilidad de los sistemas económicos. Y de éstos, especialmente las comunicaciones, los almacenes de cadena (grandes superficies) y el crédito. Entre todos, mantienen a la población trabajadora esclava de sus ofertas, cada vez más atractivas, y de las cuotas de pago, que se llevan buena parte de los ingresos personales y familiares, en un proceso sin fin. Pero todos esos oropeles están robotizando a la gente, que apenas tiene tiempo de correr tras la novedades del mercado, adquirirlas a como valgan, competir con familiares y amigos en el inventario de novelerías y aceptar todas las ofertas publicitarias, siempre y cuando sean fiadas.
“Quién sabe dónde irá a caer ese globo”, como se dice coloquialmente, porque como nadie experimenta por cabeza ajena, lo que sucedió hace poco años en los Estados Unidos, y lo que está pasando en Europa, es un espejo en el que los países emergentes no se miran, engolosinados con el boom del consumismo.
Mientras la gente joven mira a los viejos con lástima por no ser usuarios de los equipos de comunicaciones de última generación, y chicanean con ellos con un exhibicionismo comunitario que raya con la mala educación, los cuchos se conforman con lo que tienen, no arriesgan la platica de sus cuentas haciendo operaciones de pagos por medios distintos de entregar el dinero y reclamar el recibo y rechazan todas las tarjetas de crédito con las que los atosigan los vendedores en los almacenes; y las ofertas que les hacen las empresas prestadoras de servicios públicos, de créditos para cancelar a través de las facturas. Esos cantos de sirena no los seducen, porque “sabe más el diablo por viejo que por diablo”, y la experiencia enseña que uno de los factores de tranquilidad es huirle a las deudas.
En materia de transporte público, indispensable para todas las edades, las empresas, consecuentes con el avance tecnológico, anuncian que han adquirido equipos para controlar las rutas de los buses, de modo que éstos cumplan los tiempos asignados a los recorridos; y los han provisto de cajas de seguridad, cámaras de video y GPS. Pero no se les ha ocurrido cómo eliminar la guerra del centavo, las inhumanas jornadas a las que son sometidos los conductores y el odioso sistema de remuneración por cantidad de pasajeros transportados, que obliga a los conductores a volar por las calles de las ciudades, con sobrecupo y sin dar tiempo a que los pasajeros se sienten antes de arrancar, sin importar que sean gordos, inválidos o señoras con niños de brazos. La única ventaja es que si uno de éstos va a dar al suelo en una frenada en seco, el accidente queda grabado en la cámara de video. ¡Qué maravilla, qué tecnología!
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