Eduardo García A.


Francia logró por fin esta semana, pese a la agitación provocada por las manifestaciones y disturbios organizados por la derecha y la ultraderecha, imponer la ley que autoriza el matrimonio de las personas del mismo sexo, en una ceremonia transmitida con toda pompa desde la ciudad de Montpellier, al sur del país.
Se debe reconocer al presidente socialista francés el valor de cumplir las palabras de la campaña electoral, pese al largo y complejo proceso de adopción de la ley Taubira por el Congreso, en medio de multitudinarias manifestaciones, a veces violentas, organizadas por la Iglesia Católica y una gran parte de los movimientos de derecha, aunque el sector más moderno y civilizado de ese bando optó por una posición más moderada.
Las manifestaciones multitudinarias abarrotaron varias veces las calles de París. Desde todos los pueblos, el campo, los suburbios, sacerdotes, obispos y arzobispos trajeron en buses a sus fieles, mayores y niños, familias enteras, que esgrimían pancartas donde se hablaba de la decadencia del país y se reiteraba la idea de que el matrimonio debe ser solo para un hombre y mujer dispuestos a reproducirse y a crear familia.
Más virulenta aún, la derecha católica se oponía a la posibilidad de que los homosexuales puedan adoptar hijos y crear familias, como ya ocurre en otros países del mundo. Las manifestaciones de mayo parecían ya el augurio de una especie de mayo de 1968 al revés, de derecha, y son impresionantes las imágenes de los grupos de choque enfrentándose ante la policía que vigilaba el recinto de la Asamblea Nacional.
La joven y bella portavoz del gobierno Najat Vallaud Belkacem, de origen marroquí, fue la enviada visible del gobierno a la ceremonia y con su radiante sonrisa y simpatía de sus treinta anos, elocuencia y talento político, posó para las cámaras y declaró a quienes querían saberlo que no habrá marcha atrás y que el país de los Derechos Humanos se unía a la decena de países del mundo, entre ellos Argentina y España, que han optado por dar el derecho a los gais.
Los primeros en subir al altar de la República Francesa fueron dos apuestos y elegantes hombres, de 40 y 30 años respectivamente, quienes parecían preparados para la escena y a lo largo de la ceremonia, antes de la llegada de la oficiante y después ante el público y las tribunas, parecieron representar una especie de boda de familia real, equiparable a las recientes celebradas en Londres, Amsterdam o Mónaco.
En las afueras de la alcaldía la muchedumbre local celebró la boda con vítores y todo el país tuvo que ver el acto por el que se confirmaba que la ley triunfó y que la presión de la calle y de los políticos de derecha no impedirían dar el paso histórico que reconoce los derechos a una parte de la población marginada a lo largo de los siglos.
Las mismas manifestaciones opositoras se dieron en Francia hace más de tres décadas cuando la ministra Simone Veil y el gobierno de centro de Valéry Giscard d ‘Estaing dieron el paso histórico de legalizar el aborto. Y la misma oposición suscitó en su momento la reivindicación de las mujeres sufragistas que reclamaban el derecho al voto primero y después la posibilidad del divorcio. Durante siglos la mujer fue considerada una menor de edad y solo después de muchas luchas ha logrado arrancar sus derechos a la intolerancia.
Por eso sin duda alguna el gobierno de Hollande pasará a la historia no solo por haberle cumplido la palabra a los homosexuales y lesbianas que votaron por él, sino por dar un nuevo impulso mundial a esta reivindicación necesaria. Hasta hace muy poco los homosexuales han sido perseguidos, estigmatizados, humillados, discriminados en las escuelas y el trabajo. Y a lo largo de la historia han tenido que vivir su deseo y sus amores a contracorriente bajo el estigma pecaminoso, viviendo el atroz silencio al interior de sus propias familias.
Reconocer sus derechos en público, en directo, ante todo el país, como ocurrió esta semana en Francia, es un triunfo para los sectores más progresistas de la humanidad que luchan contra la recrudescencia de la intolerancia en el mundo, pues en los países de dominio islamista los más arcaicos no solo persiguen a los homosexuales sino que cubren con la burka y confinan a las mujeres en casas o harems y crean tensiones en las sociedades democráticas donde quisieran imponer lo mismo.
La principal activista contra el matrimonio gay fue la Iglesia católica que paradójicamente ha vivido en los últimos años una crisis enorme al descubrirse que en su seno actuaron a lo largo del tiempo muchos sacerdotes pedófilos que abusaron de cientos de miles, tal vez millones de niños que debían cuidar en las escuelas.
Cuando la pareja de homosexuales se besaba ante el país entero, pensé en toda la tradición de literatura francesa y mundial donde los amores entre personas del mismo sexo son protagonistas. Por ejemplo en la historia de amor conflictiva entre los poetas Veraline y Rimbaud o en los poemas de Constantin Kavafis o en la gran novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Antes de que la ley los legalizaran para siempre, las personas que aman a los de su mismo sexo vivían ya libremente en la literatura y la ficción se ha hecho por fin realidad por el bien de la humanidad deseante y amante.
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