José E. Mosquera


El Estado no ha estructurado una política de desarrollo realista y coherente que permita sacar de la pobreza a millones de negros que viven en los cinturones de miseria de las ciudades y en el campo colombiano. Los programas con los cuales se ha pretendido impulsar su desarrollo han fracasado al darle un enfoque de homogeneidad tribal a la población negra.
Porque cuando se habla de programas de desarrollo para las Comunidades Negras en Colombia, erróneamente se parte de la falsa premisa de una homogeneidad de los negros, sustentada en color de la piel, pero sin examinar que entre la población negra, existen diversidades culturales y visiones de desarrollo que las hace diferentes dentro de un mismo departamento y de una región a otra.
Aspectos no tenidos en cuenta a la hora de estructurar sus políticas de desarrollo, y se pretende impulsar su progreso dentro de una colectivización donde no se analizan las particularidades culturales y de otra índole.
Se piensa que el simple color de la piel es un elemento aglutinador de los negros. Por eso las diversidades culturales se han convertido en uno de los grandes escollos a la hora de llegar a consensos políticos y organizativos sobre cómo desarrollar un modelo de desarrollo en unas comunidades que a veces lo único que las une son la pobreza y el color de la piel de sus habitantes.
Otro aspecto polémico es que se trata de desarrollar políticas de inclusión del negro, basadas en un falso tribalismo y en un unanimismo étnico inaplicables en la práctica. Desde el punto de vista cultural los negros en Colombia tienen diferencias que han hecho difícil llegar acuerdos políticos entre los líderes de las organizaciones entorno a las políticas de desarrollo.
Porque la pertenencia a determinadas particularidades culturales, tienen mayores fuerzas de cohesión política y social que el simple color de la piel. El negro chocoano tiene una cultura y una visión de desarrollo que lo hace diferente a los negros del Valle, Cauca y Nariño, y estos entre sí, también tienen profundas diferencias, además de los factores políticos de tipo regional.
Un negro nacido en Bogotá con su cultura cachaca, no piensa igual en término desarrollo que un negro de las riberas de los ríos Atrato y Patía. Tampoco un raizal de San Andrés piensa idénticamente en cuestiones de desarrollo que un negro nacido en el Eje Cafetero. Igual sucede con un negro del valle de Aburrá con su simbología paisa, que un negro de Barbacoas.
Estas diferencias, sumadas a que las organizaciones negras se han convertido en el refugio de politiqueros que han fracasado en los partidos tradicionales y de izquierda, quienes se han trasteado a estos procesos organizativos con todos sus vicios de corrupción y de malabarismos politiqueros ha sido otro eslabón nefasto.
Los mismos que desde hace décadas controlan las inoperantes consultivas y los espacios de concertación con el Estado, fueron en parte los responsables del fracaso del Congreso Nacional con motivo de los 20 años de la ley de negritudes, en donde no hubo ni siquiera un acuerdo mínimo sobre cómo desarrollar unas políticas públicas para impulsar el desarrollo de las Comunidades Negras.
De la lectura de las conclusiones del congreso se colige que fue un fracaso, porque de los siete resultados esperados en seis de ellos no fue posible llegar a un consenso y avanzar en las hojas de rutas. Un congreso que, además de los intereses económicos políticos y regionales que se evidenciaron entre diferentes actores, también fue escenario de una puja por el control de los procesos organizativos entre la visión de la Colombia negra rural de los Consejos Comunitarios que tienen el control de los territorios colectivos y la visión de la Colombia negra urbana, representada en una serie de organizaciones "sin ánimo de lucro" que durante dos decenios han dominado los espacios de interlocución con el Estado. Dos visiones con intereses económicos y políticos diferentes que han hecho difícil la puesta en marcha de un Plan de Desarrollo de las Comunidades negras.
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