Fuad Gonzalo Chacón


Esta semana todos los noticieros del país cambiaron sus patrones normales de programación y se convirtieron en una máquina del tiempo que nos transportó de nuevo a principios de los años 90. Cada emisión era un DeLorean que abría sus titulares con tres caras conocidas y desgastadas, rostros trajinados por los años y los escándalos que nos hacían volver al patético futuro en el que estaríamos, pero del que gracias al cielo nos zafamos por poco. Aquí no hubo Santos ni Uribe que se robara el show, pues tres comediantes de la vieja escuela se reencaucharon frente a las cámaras para divertirnos una vez más, jugándose las cenizas para ser el hazmerreír del pueblo colombiano con sus rocambolescas ocurrencias.
Y ahí estuvieron Gaviria, Pastrana y Samper haciendo de las suyas en horario triple A, Moe, Larry y Curly juntos en una nueva aventura con la misma rutina de siempre, una hurgada de ojos clásica por aquí, un golpe previsible en la frente por allá, retorcidas sonoras de narices que van y barrigazos demoledores que vienen. Todo como parte de un esmerado performance que ya no cuenta con el mismo rating ni exasperación de ánimos que solía tener hace dos décadas y es que no se nos puede culpar al público por estar aburridos de verles esgrimir las mismas acusaciones, pues sencillamente estamos hartos de que repitan los mismos malos chistes una y otra vez.
El país no tiene por qué aguantarse el trillado espectáculo de estos caballeros, el momento histórico por el que atravesamos nos demanda nuevas prioridades que no pueden pasar a un segundo plano por sintonizar una riña infantil de barrio entre expresidentes que se han mantenido a flote político más por sus odios que por sus convicciones. Este no es más que otro de los tantos ejemplos de adicción al poder, una enfermedad que hoy tiene tres pacientes en recaída buscando el insaciable fragor que solo la atención de los reflectores sobre sus movimientos puede darles. Es una cuestión simple de desinterés, pues ya nada de lo que digan podrá devolverlos al ruedo en los tarjetones, y esperemos que tampoco en las librerías.
Los expresidentes y la incapacidad compulsiva de gastarse su pensión en silencio le han hecho más daño a Colombia que muchos criminales de ligas menores. Esa necesidad casi patológica de tener siempre algo más que decir, de pisar un último callo en su tour de despedida, de dejar en el aire la desazón de un "volveré" es el móvil que nos ha atado al pasado y nos ha impedido avanzar.
Este bochornoso rifirrafe de peluquería que con vergüenza ajena tuvimos que presenciar nos demostró que los 12 años que estos personajes malgastaron odiándose entre ellos desde el solio de Bolívar fueron los tiempos perdidos de nuestra nación. Los tres chiflados deberían pensar en retirarse porque ya ni risas lastimeras inspiran.
Obiter Dictum: Que Serpa sea cabeza de lista del partido liberal solo nos demuestra que nuestra política es un círculo vicioso de repetición de errores y la tan anhelada renovación no está ni cerca.
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