Álvaro Marín


Sin lugar a dudas, nos encontramos en el esplendor de una época matizada con toda suerte de contrasentidos y llena de desconcertantes sensaciones.
Empecemos por decir que continuamos multiplicando la pobreza conceptual del lenguaje para robustecer, en cambio, este lacónico siglo de las siglas, cuya característica esencial radica en su desaforado sentido de la mezquindad verbal, tanto en el plano etimológico como expresivo. Con el fin de ilustrar esa precaria elocuencia, basta enumerar un sinfín ininteligible de códigos demasiado insípidos o desangelados. Veamos una pequeña muestra del mencionado ayuno de palabras y sus respectivos acrónimos: TLC, AUC, PCC, AUV, USB, ONG, SOPA, HP, DIH, SIDA, ATH, TIC, CD, INCO, CÑÑ, TV, PC, EPOC, DIAN, ETC, etcétera.
En tales condiciones, todo parece indicar que no estamos propiamente en el Siglo de las Luces, como bien llegó a denominarse la gran época de la Ilustración, que transformó la historia cultural e intelectual de Europa durante el siglo XVIII. En aquel entonces, se puso en marcha la extraordinaria revolución del pensamiento, y echó raíces la Enciclopedia, a través de la cual se irrigaron las ideas de civilización y sabiduría hacia todo el mundo occidental. Cuando se menciona este siglo, también llamado de la Razón, logramos descubrir, en el otro extremo, que el único legado de esa hora luminosa, que, al parecer, ha llegado hasta nuestros días, es la ignorancia enciclopédica, profundizada por la superficialidad reinante.
Ya en territorio criollo, digamos que el origen del concepto, ‘los tiempos del ruido’, se remonta al año 1687, cuando los habitantes de Santafé de Bogotá fueron sacudidos por un estruendo misterioso y descomunalmente fuerte que llegó acompañado de un penetrante olor a azufre. Sus causas exactas se desconocen, pero los cronistas lo adjudicaron a la erupción de alguno de los volcanes de la Cordillera Central. Se habló de Cerro Machín y de alguno de los cráteres del volcán Nevado del Ruiz. Sin embargo, en dichos apuntes nunca se mencionó a Cerro Bravo, emblemático punto en los alrededores de Letras, que, según la añeja tradición oral de los lugareños, fue señalado como el causante del inexplicable acontecimiento.
Entonces, saltemos al aspecto anecdótico: a raíz del citado fenómeno hubo una época en la que era habitual referirse a los ‘tiempos del ruido’, con la idea de dramatizar la edad de una persona, la antigüedad de alguna cosa o la obsolescencia de cualquier norma. Verbigracia, la honradez y el amor al trabajo pertenecen a los tiempos del ruido. Posteriormente, con el mismo propósito, se utilizaron otros giros como ser ‘de la pucha vieja’, ‘de los tiempos de upa’ y, aún más coloquial: ‘más viejo que la panela’ o que ‘el uso de andar a pie’. Hoy, con base en las exigencias impuestas por la incorregible simplificación, el desprecio a la edad y a la experiencia, se reduce al calificativo de ‘jurásico’, ‘cucho’ o, ‘catano’, en el mejor de los casos.
Ahora bien, el anterior sartal de bagatelas solo va a ser útil para ambientar un mínimo boceto sobre el entorno estridente que envuelve la actualidad y nos asedia con una barahúnda tan ensordecedora como caótica. De la mano de las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información, ha surgido el perfil artificioso de la ‘figuración mediática’, que en nada se diferencia del ruido publicitario; en otros términos, es la capacidad de generar impacto frente a la opinión pública, sin importar que sea mediante una tormenta de improperios o de un conflicto de vanidades. Sin embargo, debe entenderse que el registro que arroja esa popularidad no equivale a credibilidad ni tampoco significa prestigio. Desde una óptica más simple, lo que antes constituía un inofensivo ejercicio de ‘mojar prensa’, ahora, se ha convertido en la máxima prioridad no solo de la farándula sino también de la política menuda.
En el torbellino de una sociedad obsesionada en destruirse a sí misma, y en donde el odio genera más odio, el silencio es un milagro en medio de la estridencia peligrosa que generan las pasiones. Es mejor retornar a los verdaderos tiempos del ruido.
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