José Jaramillo


El hombre entendió, desde tiempos inmemoriales, que el agua es la fuente de la vida. Moisés, cuando sacó a los israelitas de Egipto, salvó su liderazgo de una insurrección inminente, cuando el Señor le dio la mano e hizo que la varita del profeta tocara las piedras y brotara H2O en abundancia suficiente, para la "bogadera", preparar alimentos y bañarse la gente.
En las investigaciones exhaustivas de los filósofos griegos -a partir de Tales de Mileto-, acerca de "qué somos", se descubrió que eran varios los elementos que participaban en la conformación de los seres: Agua, fuego, aire y tierra; pero que el elemento vital era el agua. Es decir, que la vida provenía del mar y de los ríos.
Desde entonces, los acaparadores de la tierra se han apoderado de la que tenga agua cerca, para sostener ganados y cultivos. Los peladeros secos se los han dejado a los pobres; quienes, no obstante, han quedado debiendo el favor, que han pagado con vasallaje.
El paso del tiempo ha enseñado que no es posible la supervivencia de las comunidades sin agua. Pero el hombre, con su instinto depredador, ha hecho todo lo posible por acabar con ella; y su sevicia ha llegado al punto de castigar a los enemigos envenenándoles las fuentes de agua. Otras culturas, en cambio, más reflexivas y civilizadas, han ganado el favor de los pueblos a los que han sometido construyéndoles acueductos, como lo hicieron los romanos en la Península Ibérica, con obras monumentales que son patrimonio histórico y cultural de la humanidad.
Un verdadero estadista, como el Libertador Simón Bolívar, tenía muy clara la idea de la necesidad de conservar las fuentes de agua, y veía con angustia cómo los depredadores acababan con ellas, por la codicia. En su angustioso viaje por el río Magdalena, con su carga de achaques y desengaños, cuando iba hacia la nada, flotando en los vapores de los recuerdos de sus glorias, a la vista de la selva, con quienes lo acompañaban, "habían empezado a dejar atrás unas inmensas balsas hechas de enormes troncos de árboles, que los taladores de las riberas llevaban a vender en Cartagena de Indias. (…) En algunos recodos de la selva se notaban ya los primeros destrozos hechos por las tripulaciones de los buques de vapor para alimentar las calderas. ‘Los peces tendrán que aprender a caminar sobre la tierra, porque las aguas se acabarán’, dijo él". *
Con razón decía un patricio manizaleño, don Leonidas Londoño, en 1948, cuando, caminando con sus amigos por El Carretero, vio que por el Alto de La Paloma estaban limpiando unas tierras para ganadería: "Aquí no se necesita ganado, que se puede traer caminando. Necesitamos es agua, para traerla por gravedad a Manizales, y conservar los bosques para que no falte nunca. Eso que están haciendo es una barbaridad (…) Lo que hay que hacer es que el Municipio adquiera esas tierras y reforestarlas". ** Pero en Colombia, y en el mundo, la lucha contra los depredadores y su codicia sigue. ¿Hasta cuándo?
*García Márquez, Gabriel. El General en su Laberinto. Página 97. Editorial Oveja Negra. Bogotá, 1989.
**Jaramillo Mejía, José. Aguas de Manizales. 15 Años. Página 28. Editorial "La Patria". Manizales, 2011.
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