César Montoya


¡Cuántos encarcelamientos de gente inocente! ¡Cuántos, cuántos presos por delitos que no han cometido! ¡Cuántos errores judiciales! La justicia, a nivel universal, está atiborrada de equivocaciones, casi siempre de buena fe, y en muy pocas excepciones, por perversidad de los juzgadores. El magnicidio histórico con derramamiento de sangre divina fue la muerte de Jesús, Dios salvador. Lo condenaron por justo. El Sinaí se convirtió en el símbolo sangriento de nuestra fe.
Citaré un corto semillero de yerros cuya autoría está en cabeza de quienes imparten providencias que deben cumplirse.
Un señor de apellido Asbum estuvo en La Picota, señalado como autor intelectual del holocausto de Luis Carlos Galán. Con él conversamos muchas veces y le oíamos sus desesperos por pagar un crimen horrendo del cual era inocente. Tres años duró su cautiverio hasta el día en que los jueces lo liberaron porque estaba incontaminado de toda culpa. Once años rodó por los panópticos Gonzalo Carreño hasta que un Jurado de Conciencia, en duro debate público y ante los argumentos esgrimidos por este defensor, reconociera su total ausencia, como autor, en la inmolación de su cuñado. Desde ya me atrevo a denunciar la injusticia himaláyica que se está cometiendo con el general Maza, colocado en la picota, como inspirador del asesinato de Galán. La descarga señalativa contra Sigifredo López fue demoledora. El país entero escupió su nombre con asco por la supuesta autoría como craneador del secuestro de los diputados del Valle. Incluso el Fiscal General de la Nación le colocó, de cara al país, el INRI de la deshonra. ¡Vergüenza, solo vergüenza pública, ante una nación estupefacta, fue la humillada aceptación del organismo acusador, del aventurerismo irresponsable que se había cometido al encaramar en un vil calvario el desprestigio de su nombre inmaculado. Hay sevicia en el cadalso levantado contra el general Arias Cabrales y el Coronel Plazas, envilecidos reiteradamente por quienes aplican la ley por el exclusivo delito de defender la democracia en la toma del Palacio de las Leyes. A un político de nuestro departamento, prominente él, le organizaron un anillo de terror. Pronto pudo desbaratar los cargos al comprobar que unos bandidos detenidos lo estaban extorsionando con cargos falaces que ellos harían desaparecer a cambio de una alta suma de dinero. ¡También por los altares de la justicia pasa el carrusel indigno de quienes se dedican a inventar culpables para ganar indulgencias de los jueces!
Henry Ramírez y Celio Aristizábal son dos dilectos hijos de Manzanares. Ambos han ocupado los principales cargos de la administración con destellos de honorabilidad y eficiencia. Ramírez ha sido funcionario en delicadas posiciones del departamento, y también se desempeñó como alcalde y personero de su municipio. En el momento en que la desgracia se le vino encima era el Notario de su ciudad. Celio Aristizábal fue diputado y progresista burgomaestre de su pueblo. Sus paisanos se sienten honrados con el simbolismo cívico de ambos.
El infortunio llegó sorpresivamente a sus vidas. Unos oscuros sujetos del hampa, condenados, hábiles para armar trapisondas, acusaron a los dos de Concierto para Delinquir, y a Ramírez le encimaron la autoría intelectual de un homicidio agravado. Víctimas de esa infamia fueron encarcelados y por varios años estuvieron encerrados en las prisiones. Una investigación prolija demostró la perfidia de los acusadores y como corolario recobraron la libertad.
Existe en Colombia un cartel de testigos falsos. Desde sus encierros, los canallas arman delitos para vulnerar vidas inmaculadas que son sometidas al ludibrio público. Ramírez y Aristizábal debieron soportar en silencio los graves señalamientos, pero se atrincheraron en los procedimientos penales que les permitió volver añicos la felonía de unas pruebas montadas con artificios miserables. Hoy regresan a su tierra querida, limpios de toda mácula, con la frente en alto, convertidos en mártires por ruines sujetos sin moral.
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