Andrés Hurtado


Nos habíamos metido en la Cueva Chiquita y nos habíamos dado unos buenos cabezazos. El corredor desemboca en una “sala”, por llamarla de alguna manera, de un metro y medio de altura y dos de anchura. Allí precariamente sentados tenemos los nidos al frente, a 8 metros de distancia. Con dificultad los fotografiamos teniendo de por medio un abismo de unos 15 metros por el cual corre torrentoso el río Suaza y el cañón mide apenas dos metros de anchura. El emplazamiento total, el corredor estrecho, “la sala”, los nidos al frente, el río en su abismo, la oscuridad, todo forma un conjunto extraño, bello, incómodo, de todos modos interesante.
Por la noche tuvimos otro recital. Rosendo Paramero es ferviente admirador de Jorge Villamil (igual que yo) y nos cantó muchas de sus canciones. Entre otras oímos: El Barcino y Al Sur, las que más me emocionan. Y además: A quién engañas abuelo, Los Guaduales, Noches de La Plata, Oropel, Vieja Hacienda del Cedral, El Caracolí y Si pasas por San Gil. Y de otros autores nos cantó Urí. Rosendo nos contó que viajó a Neiva para asistir a la llegada de los restos de Jorge Villamil, pero se regresó triste porque por causa de unas elecciones aplazaron el evento. Los tres que viajamos al Parque estábamos emocionados, por las canciones en sí, entre otras cosas porque todas hablan de la Naturaleza y porque estábamos en un ambiente privilegiado de bosques de cordillera. Todo sonaba bello y terrígeno.
La fauna del Parque es rica y variada. Si hablamos de micos, hay tres especies, siendo el churuco una de ellas. He tenido en la selva amazónica mucha relación con los churucos. Son completamente negros y están muy amenazados pues los indios los matan ya que los adultos tienen buena carne. Su cara es muy bella y mirándolos no queda duda de que descendemos de los monos. En una ocasión en el Raudal de Yuruparí, el accidente más bello del río Vaupés, estando en la finquita de un colono, tomé un churuquito en mis brazos y el animalito se dirigía siempre hacia mis axilas buscando los pezones, como si yo fuera su madre churuca. En una travesía que hice en la selva, corta pero una de las más bellas que he realizado, de solo once días entre Araracuara (río Caquetá) y La Chorrera (río Igaraparaná), un indio que me acompañaba mató contra mi voluntad un churuco y lo chamuscó para que nos lo comiéramos. No pudimos, ni quisimos. Nos había dado el brazo chamuscado y nos parecía el bracito de un niño y desde luego que la carita también parecía la de un niño negrito. Aquí en el Parque de los Guácharos pudimos fotografiar dos monos churucos que hacían maromas en un árbol. La foto los muestra exactamente como los acróbatas de circo cuando uno de ellos sostenido por las corvas en la barra agarra al otro por los brazos y los dos se balancean así un rato ante la mirada atónita de los asistentes.
En el Parque también hay el mono maicero, de cara blanca y el marimonda. Entre los mamíferos se encuentran los tigrillos y dos especies de venado, el de páramo y el enano, llamado venado conejo. El mamífero más grande del Parque es la danta de páramo, llamada Tapiruspinchaque por los científicos. La especie está muy amenazada y calificada como “vulnerable” en las listas de clasificación y con la terminología que usan los biólogos para los animales en peligro de extinción. La danta, tanto de páramo como la de la selva, son muy apetecidas por la cantidad de carne que tienen. En nuestro medio representan, por su trompa, a la familia de los proboscidios, o sea los elefantes. Ya queda dicho que en Colombia hay otra especie de danta, la de la selva.
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