Luis F. Molina


Los países de occidente ahora somos pueblos disociados; naciones que ven a sus semejantes como espectadores neutrales y desinteresados. No podemos caer en el clisé de culpar a alguien o algo a raíz de nuestra ignorancia sobre lo que ocurre en el mundo.
Estamos convencidos de que las revueltas de Medio Oriente, las crisis económicas de algunos países europeos y la pobreza africana nada tienen que ver con nosotros y no nos afecta en lo absoluto. Quizás, porque a ellos tampoco les interesa. Creería cualquier parroquiano que nuestros pesares están apartados por más de un océano.Nos hemos acostumbrado a ver accidentes y escándalos, como mayor flujo de información desde Europa, por citar someramente un ejemplo. Sentir piedad y compasión se volvió una práctica después de las lastimeras crónicas rojas que aparecieron en la televisión luego de varios sucesos, como el tren descarrillado de Santiago de Compostela, que ganan por unas horas las planas y los titulares de los medios. Es más, todavía hablan de la hermana del papa, como si fuera un tema culminante.
La semana pasada volvimos a tocar fondo como sociedad supuestamente informada. Solamente ver los medios de información de algunos países industrializados y europeos pasar horas y días especulando sobre el nacimiento del príncipe Jorge Alejandro Luis fue la muestra fiel de una agenda depurada, en búsqueda de historias baratas que signifiquen al medio un lucro y demanden poca investigación.
Parece que a nadie le preocupa el renacer de Malí, un país que a principios de este año tuvo un terrible encuentro bélico entre sus propios ciudadanos por diferencias religiosas y étnicas, cuyo saldo fue trágico y demarcó la desidia de la comunidad internacional, en especial de Francia, su madre patria, constatando que el eufemismo de ‘madre patria’ es de los términos geopolíticos más inútiles que existen.
¿Somos indiferentes ante todo lo que pasa? Oímos cada semana que la situación en Egipto se torna más grave, pero nadie se preocupa por esclarecer la razón del problema, entender por qué un pueblo supuestamente se tomó el poder luego de una dudosa hegemonía y darle contexto a un hecho social que se ciñe entre el poder político y la fuerza militar. Probablemente en otras latitudes no es tan notoria esta falencia informativa cuando aquí nos hemos dedicado a buscar por cielo y tierra conductores borrachos y perros bravos como muestra de nuestra completud informativa.
Ahora Estados Unidos se pronunció sobre su posible retiro en el apoyo militar a los rebeldes sirios porque no les parece que genere algún tipo de beneficio a sus intereses y también porque sus costos aumentan con los días. Ni qué decir sobre los vetos que todavía se aplican a diferentes comunidades en África. Básicamente ya nada nos importa, si es que algún día algo nos llegó a interesar.
En Colombia estamos en un intento para terminar el conflicto entre el Estado y una guerrilla que se ha extendido por décadas. No obstante, poco miramos a los lados para aprender a sortear este tipo de conflictos. Creemos saberlo todo y estar preparados para cada vicisitud.
Ahora sólo tenemos una gran sopa que consta de papa y Snowden, y eso es todo lo que vemos en planos internacionales. Seamos sinceros nuevamente y entendamos que el mundo va más allá de nuestras fronteras y es de máxima importancia tratar de entender el resto para poder comprender por qué en Colombia la pelea nunca termina.
En realidad, sin otra cosa, estamos concentrados en obtener información segmentada de situaciones que buscan más publicidad y propaganda que su misma trascendencia social y noticiosa. No quiero con ello decir que la culpa es de los medios de información; exclusivamente hay que entender que ahora somos presumidos ignorantes de lo que ocurre en el mundo y, en suma de lo anterior, creemos que la ignorancia es un insulto.
¡Qué horror! Igual, nunca nos importó.
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