Luis F. Molina


En Twitter: @luisfmolina
Investir a un semejante con el poder de cambiar la vida de quienes le eligen no debe ser tarea fácil. La historia es muestra fiel de la corrupción que otorga el poder. Hay quienes arruinaron la historia de muchas naciones y colectivos porque su mente no fue capaz de ponerse en los zapatos de otros. Básicamente, esa ha sido la historia de nuestra sociedad.
Quienes han evitado que la humanidad se vaya al abismo por la culpa de tantos altivos, generalmente han salido del anonimato y procuraron mantenerse allí por la mayoría del tiempo. Un sentido tiene el liderazgo y otro muy distinto el mandato. La prueba más básica de la diferencia está en aquellas prácticas que nos exacerban y precipitan nuestros sentimientos sobre la razón, los deportes.
Cuando un equipo juega con un líder se mantiene unido y generalmente triunfa. Si el mismo tiene alguien que mande, partirá la estructura entre superior e inferior. La diferencia está en reconocer que el beneficio general perdura más que el individual.
En eso me puse a pensar la semana anterior. El siglo pasado trajo terribles dirigentes, pero también grandiosos líderes. Por ahora, sobreviven los pésimos presidentes y dictadores. La corrupción ya está en la agenda y ya no nos sorprende que quienes lleven las riendas de nuestras naciones sean personas adictas a gozar de un poder, a mandar.
Es incómodo alborotar nacionalismos que se encargan de generar toda una apoteosis alrededor de quienes en otrora tuvieron el poder en sus manos. Hay casos extremos en los cuales se parten identidades. Sé de uno muy cercano, único, ubérrimo y utilitarista. Todo está alrededor de una letra. Un ultra problema.
Sin embargo, varios gobernantes gozan de un recurso altamente corrosivo y poco reprochado por una sociedad supuestamente crítica. La demagogia.
Con demagogia llevaron hace unos años a Muammar Gadaffi a una reunión del G-8 y con la misma le dieron de baja como uno de los peores dictadores del mundo. Y todavía hay más. Las naciones supuestamente poderosas del Grupo de los Ocho abren y cierran la puerta a Egipto. Unos sí y otros no.
Pésimos gobernantes han llevado a Israel a perder una importantísima batalla para sus intereses en la ONU. La figura de Benjamín Netanyahu es de un dirigente belicista, que gusta de la amenaza y de poca conciliación. Es un ejemplo claro de lo que un mal gobernante puede hacer.
Siria se sigue desangrando cada día. Una guerra civil que parece no tener fin. El presidente Bashar Al-Assad ha llevado una cruel represión en contra de los ciudadanos que no están de acuerdo con sus políticas de ahogamiento en contra de los Derechos Humanos. Algo explicará por qué Siria estuvo tres días desconectada de la internet la semana pasada. ¿Alguien dijo algo? ¿Alguien se enteró? No lo creo.
Parece que estamos enajenados por pésimos gobernantes. Sin embargo, casi nadie sabe de la labor de Aung San Suu Kyi, una líder de Birmania o Unión de Myanmar, como quieran llamar a esta nación. Suu Kyi ha purgado años de prisión por querer defender el pluralismo y la democracia en un país con crueles políticas sociales, acorralada por la China comunista. Como líder ha llevado a que sus compatriotas consigan garantías de parte del gobierno. Hasta ahora casi nadie le conoce.
En los datos históricos están quienes ayudaron a combatir políticas absolutistas de gobiernos que pretendían ver a sus ciudadanos como borregos. El problema está en que la historia tiene más desgracias para contar. No obstante, todo esto funciona para no perder de vista los errores del pasado.
Y es así como día a día muchos héroes ayudan a su comunidad, con menor poder en sus manos que sus gobernantes y llevan mayor calidad a muchas vidas en medio del anonimato.
Toda esta reflexión me nació al frustrarme con la burla de Congreso que tenemos en Colombia, donde seres electos popularmente operan, según su propio favor, y lo que menos saben hacer es legislar. Es una vergüenza; una pena. Sin embargo, seguimos eligiendo a los mismos por aquel “puestico” y agradecer “la palanca”. Así no progresa ningún país. Nunca.
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