Cristóbal Trujillo Ramírez


La profesión docente trae consigo muchas implicaciones que la hacen influir bastante en la vida de los estudiantes, ¿quién no tiene por lo menos una anécdota gratificante y llena de satisfacción en su vida con relación a algún maestro que recuerde con gratitud y beneplácito?... Pero, no solo como recuerdo, es tal la influencia que el maestro puede lograr en sus estudiantes que hasta termina imitándolo en muchos hábitos o costumbres, al copiar valores o bellas virtudes o, incluso, al parodiar su vida misma; de ahí, que los maestros estemos obligados a medir cada palabra, a calcular cada gesto, a sentir cada mirada, en fin, a planear no solo los diseños curriculares, sino también, nuestro comportamiento; por ello, "el maestro no debe preparar clase, el maestro debe prepararse para la clase"; con ello, se desea expresar que igual o más importante que preparar metodologías, didácticas y contenidos, lo es la preparación de la interacción con los estudiantes en sus aspectos emocionales, afectivos, sociales y todas aquellas dimensiones que encierra el comportamiento humano; es alrededor de ellas que debe interactuar el conocimiento con el acompañamiento profesional de un especialista en pedagogía llamado MAESTRO.
Así, como es fácil construir bellos recuerdos e inmejorables lecciones para la vida de los estudiantes, también es facilísimo edificar odios, rencores e ingratos recuerdos que marcarán la vida de nuestros discípulos y que nos merecerán, seguramente, una inmejorable ubicación en la galería de sus frustraciones. Para ilustración veamos esta anécdota: me encontraba cursando mis estudios de pedagogía en la Normal y, como prueba de fuego para autorizar mi continuidad en los estudios para ser maestro, era obligatorio orientar la "clase Maestra" de la aprobación o no, dependía entonces el ingreso a la etapa de formación profesional docente. Me preparé para mi clase con inmejorable interés, me documenté con material didáctico suficiente, me dispuse en lo personal y anímico y, por supuesto, afiné mis competencias cognoscitivas. Afortunada o infortunadamente, mis condiciones económicas eran muy precarias y no me permitieron preparar mi maleta con el equipaje exigido por aquel "maestro consejero" que consideraba de interés supremo que el maestro estuviera impecablemente presentado con traje de corbata; como él ya me había dado a conocer tal exigencia, en medio de mis condiciones me vestí e intenté cumplir tales requerimientos, debo reconocer que el resultado de este esfuerzo no fue muy estético. Recuerdo perfectamente que mi padre me consiguió a crédito un saco de lana rojo de cuello en ‘v’, mi madre me organizó un pantalón verde, una camisa amarilla y una corbata que hacía algún tiempo había usado mi primo; recuerdo que era de fondo verde con arabescos amarillos, ya ustedes, estoy seguro, han construido mentalmente, esta simpática figura; no obstante, siempre creí estar a la altura de las condiciones. Para mí, era un momento trascendental en mi vida académica, llegó el momento, estaba realmente deslumbrado y esperaba con ansiedad el instante en que orientaría mi clase; el ‘profe’ me presentó al grupo, yo comencé con mi trabajo y tras solo 20 minutos de observación él se despidió de mí y de los estudiantes, me hizo algunos encargos para finalizar la jornada, y me añadió que en mi cuaderno de práctica estaban las observaciones correspondientes. Como era la última hora de la jornada, terminé mi clase y orienté el aseo. Mi expectativa era inmensa por leer aquel cuaderno que contenía la evaluación de este trascendental examen, por un momento me alejé de la comisión de estudiantes que hacía aquella tarea y me dirigí al escritorio del profesor; allí, abierto de par en par, estaba mi cuaderno catedrático de práctica docente, con letras en color rojo, con un tamaño de dos renglones y con excelente caligrafía leí el siguiente epitafio: "Profesor, excelente su clase, tiene usted mucha madera de maestro, lástima su presentación personal, esa corbata le chilla con esa camisa, calificación 2,5". Debo confesar que lloré con amargura sincera porque sentí calificada mi condición económica y no mis condiciones como maestro; fueron muchos los sentimientos que marcaron mi vida a partir de esta experiencia y que no les narro en esta oportunidad por razones de espacio.
Llamo entonces la atención de los maestros para que cuidemos de nuestras actitudes, de nuestros gestos y de nuestras palabras; para que seamos gestores del conocimiento, pero, a la vez, posibilitemos escenarios de vida exitosos; que acompañemos cada lección, que orientemos a nuestros estudiantes con gratos mensajes que animen sus vidas y posibiliten caminos de esperanza y que si bien no todos logramos recibir medallas al mérito de nuestra labor docente, sí figuremos en la galería de los gratos recuerdos que alientan la vida de nuestros estudiantes.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015