Jorge Enrique Pava


A medida que avanzan las negociaciones en la farsa de La Habana, nos damos cuenta de que los únicos que van ganando terreno son los terroristas de las Farc, y que sus aspiraciones, que son de una magnitud incalculable, cuentan con la complacencia del Gobierno que parece estar dispuesto a ceder en un todo.
Para nadie es un secreto que casi desde el mismo momento en que se posesionó Santos (y tal vez desde antes), había unos diálogos secretos entre delegados del presidente y los terroristas de las Farc, encaminados a esta toma velada del poder que hoy se acrecienta peligrosamente en medio del silencio de los colombianos. No es difícil por ello concluir que muchas de las cosas que han pasado en el transcurso de este gobierno obedecen a esos pactos secretos y perversos que tienen descuadernada a Colombia.
Porque no puede ser una simple coincidencia que la justicia colombiana haya arreciado en estos últimos dos años su persecución implacable en contra de los miembros de nuestra Fuerza Pública y tengan hoy empobrecidos, desilusionados, decepcionados y acorralados a más de quince mil de sus hombres que soportan procesos, condenas y frustraciones como resultado de acusaciones muchas veces baladíes, pero cuyos resultados son años de cárcel sin apelación. Y no puede ser que esos hombres procesados, encarcelados y condenados sean precisamente quienes han propinado los mayores golpes a los terroristas. Eso parece direccionado desde las propias Farc como método de retaliación, en complicidad con nuestros órganos de justicia.
Estos hombres vienen a ser también víctimas del propio Estado que se confabuló con las Farc para castigarlos sin compasión y para causar la mayor desmoralización de que se tenga historia. Son rehenes del estado con quienes, en últimas, se persigue un canje que minimice el impacto de la impunidad total que se tiene pactada con las Farc.
Por otro lado -y al parecer también por órdenes de las Farc- el Gobierno no reconoce como víctimas a los colombianos que sufrimos su hostigamiento, su persecución y sus acciones terroristas. Para Santos y sus delegados los secuestrados y sus familiares, los mutilados, los extorsionados, los desplazados, los perseguidos y los martirizados por las Farc no existen. Para ellos solo son víctimas quienes sufrieron las consecuencias del paramilitarismo o los propios miembros de los grupos terroristas. Y, peor aún, las cortes parecen tener la misma consideración, pues hay una clara injerencia de los grupos farianos que han logrado permearlas. Por eso no hay procesados por farcpolítica, pues estos criminales tienen un reconocimiento tácito como actores políticos, a quienes se les permite todo y por quienes hoy el Gobierno se la juega para su impunidad.
Esta es la mejor forma de ganar una guerra desde los escritorios. Solo necesitaban conseguir la complicidad del Gobierno Nacional y el concurso de actores internacionales que le hacen el juego al terrorismo, para posicionarse como actores políticos que merecen los mejores tratamientos.
Y como sé que no faltará quien diga que somos enemigos de la paz, pues hay que dejar absolutamente claro que no. La paz la queremos todos y la reclamamos como un derecho inalienable. Pero no una paz con impunidad; no una paz conseguida mediante la entrega de medio territorio nacional; no una paz que signifique el sacrificio del ordenamiento legal y constitucional; no una paz que implique quedar gobernados por terroristas desalmados que nunca han mostrado un mínimo de compasión con sus semejantes y que, por el contrario, han utilizado los peores métodos de guerra inhumana y cruel.
Mucho se ha cedido; mucho se ha negociado; mucho hemos perdido. ¿Y cuál resultado a favor hemos obtenido? ¡Ninguno! Las Farc mandan desde La habana, y el Gobierno cumple sumiso sus órdenes. Las Farc preparan marchas, ordenan despejes de territorio, disponen aeronaves y equipo motorizado para el desplazamiento de sus terroristas, etc., y el Gobierno se mantiene genuflexo y dispuesto a acatar lo que ellas dispongan, ante el asombro y la indignación de todo el país. Y así y todo, sigue tratando de hacernos creer que es él quien decide y que es él quien dispone.
Y mientras mueren nuestros soldados y policías en combates desiguales, los criminales cabecillas salen con sus fusiles humeantes y su olor a muerte hacia Cuba para disfrutar del anticipo de un paraíso de impunidad que es lo que, en últimas, le está preparando el gobierno Santos. Veremos entonces cómo nuestra fuerza pública tendrá que desertar, pagar sus condenas, buscar asilos, o vivir en la desvergüenza, mientras los peores asesinos vienen a disfrutar de un país que este Gobierno les prepara para su solaz absoluto. ¡Qué cerca estamos de convertirnos en otra Venezuela! ¡Qué tristeza que el presidente Santos acepte que sean las Farc quienes nos dominen!
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