Guillermo O. Sierra


He citado en otras oportunidades al maestro Estanislao Zuleta cuando decía con vehemente insistencia que los conflictos hay que solucionarlos de manera productiva e inteligente. Y hoy más que nunca sí que debemos hacer todos los esfuerzos necesarios para que así sea. En este orden de ideas, propongo que pensemos en el tránsito, que se ha venido gestando en los últimos años, al pasar de un modelo de Estado de Bienestar a uno de Estado relacional, en el que debemos convertirnos en responsables de lo que nos suceda a todos y a todas.
De ahí que tenga hoy un inmenso deseo poner en lo público la imperiosa urgencia de pensar en las buenas maneras de la convivencia; es algo así como ponernos de acuerdo en que todos debemos jugar limpio, no hacer trampas, no estafar, no mentir; ponernos de acuerdo en que debemos ser transparentes en las reglas de juego; en no hacerle daño a los demás… En fin, aplicar buenas prácticas para que nuestra sociedad sea sana y limpia; que nuestros hijos y los hijos de éstos, puedan vivir en un país equitativo, justo, incluyente, hospitalario, respetuoso.
Cuando una sociedad se organiza de manera agresiva, imponiendo formas de ver y habitar, y relacionarse con el medio ambiente y los recursos naturales, termina por darles cabida a grandes desigualdades y exclusiones, las mismas que por supuesto son meramente autodestructivas.
Quiero desde este espacio contribuir con una especie de campaña por la recuperación del oído y de la palabra. Por eso -y al igual que Diógenes el Cínico, quien caminaba de día por las calles, con una lámpara encendida buscando a un hombre- he decidido comenzar a buscar a un hombre, a una mujer, a un joven, a un niño, a un adulto mayor que entienda lo que debemos hacer todos y todas, por todos y todas.
Quiero pensar -y también lo he dicho en otras oportunidades- que la sencillez no quita profundidad; que las cosas pequeñas, esas que nos hacen relacionarnos los unos con los otros en la cotidianidad nos invitan a profundos grados de honestidad, y de lealtad, y de mesura, y de prudencia, y de respeto; a entender que nuestra vida de todos los días, debe trasegar por el camino de la comprensión, la compasión y el amor.
Quizás esta vida la debamos vivir con un alto sentido de lo que significa el trabajo, no tanto y exclusivamente para sobrevivir, sino para transformar esta ciudad, esta región, este país. Vivir con un alto sentido de la decencia y la responsabilidad. Solo así, me parece, seremos capaces de construir este enorme rompecabezas que va de sur a norte, de este a oeste; un inmenso y hermoso territorio por el que caminamos con el corazón en la mano y diciendo en voz alta: sí se pueden hacer mejor las cosas; sí se puede ser honesto, transparente, fraterno, amistoso, sincero…
Finalmente y de manera sencilla les digo que he sentido la necesidad de escribir con el corazón, y espero que me lean y me escuchen con el corazón. Las buenas maneras -como decían nuestros abuelos y abuelas- nos hacen ser mejores personas. Y eso no le quita nada a nadie.
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