Luis F. Molina


El domingo en la noche no encontré mucho para hacer. Estaba cansado de oír las mismas noticias del fin de semana y la noche era lluviosa. Las historias de un par de libros que tenía en mi escritorio ya habían expirado. No vi otra opción. Opté por leer sobre la necrofilia. Me inspiré en el vecino que duerme al lado del cadáver de su amor platónico y político, por extraño que suene. No entendí nada, al final.
La de Nicolás Maduro es una historia de amor que podríamos retratar en los episodios más deprimentes de la literatura barata de Hispanoamérica. Y cómo no citar en este tipo de duros episodios a Juana I de Castilla, popularmente conocida como Juana la Loca.
Juana fue una revolucionaria. Primeramente, quiso ir en contra del establecimiento católico. Luego de una agitada vida, llena de caminos pedregosos y cárceles, perdió a su marido, Felipe I, apodado en esta historia como Felipe el Hermoso. Ella sufría de candentes ataques de celos, que, finalmente, la llevaron a enloquecerse tras la muerte de Felipe el Hermoso, según lo que se conoce por la memoria histórica y narrativa española del siglo XV. Hay que aclarar que Felipe el Hermoso era muy coqueto y sus devaneos más razón dieron para que Juana I de Castilla justificara su celotipia. Dio papaya.
La historia con el cadáver de Felipe I es todavía más interesante. Juana temía que algunos individuos se llevaran el cuerpo a Países Bajos. Por ello, Juana la Loca decidió celar el cuerpo; dormir al lado de él y por meses estar vigilante de cualquier anormalidad. Cuando no podía estar presente, enviaba a alguien para que revisara que el cuerpo muy modificado de Felipe I estuviera aún en su féretro. Le faltó poco para pedir un embalsamamiento.
Las semejanzas que pueden derivarse de la historia de Juana la Loca y el despecho eterno de Nicolás Maduro son conclusiones hilarantes que cada quien puede generar. No obstante, a veces me pregunto qué es lo que tanto extraña Maduro de su predecesor, sabiendo que él sabe gobernar más perversamente que Hugo Chávez. En todo caso, si el totalitarismo vuelve a llamar a la puerta, es solamente una caricia de lo que está por venir; un efecto de la viudez política.
Es la misma viudez la que ha cambiado a lo largo de los siglos. Ya han pasado casi cinco siglos y medio desde que Juana la Loca perdió su cordura y ahora, lo que tenemos para mostrar en esta clase de análisis idílico y mortal, es el caso de Cristina Fernández de Kirchner. Lo siento, es lo que tenemos para mostrar hoy.
El domingo pasado recibió una paliza en las primarias legislativas en Argentina. Desde 2009, es obligatorio para todos los mayores de 18 años participar en los comicios. Por ello es que el ejecutivo presidido por Fernández de Kirchner se jacta con los altos números de participación electoral. Su partido, el Frente para la Victoria, perdió algunas curules en el Senado y en la Cámara de Diputados. Por ello, desde ya se habla del comienzo del poskirchnerismo.
El mismo invento del fallecido Néstor Kirchner, conocido vulgarmente en esta historia como Néstor el Tuerto, funcionó a la inversa con su propia esposa, viuda que próximamente extrañará el confort del poder. Sin embargo, la realidad es clara. El kirchnerismo, al igual que el chavismo, es una fuerza política que se nutre de vicisitudes y desgracias. Y qué demagogia; las mentiras expeditas ya son una licencia de muchos gobernantes para menospreciar la realidad y la verdad.
Se ha degradado tanto la maniobra de imagen de la coja izquierda latinoamericana que sus discursos de derrota son motivo de celebración. Por ejemplo, el domingo a la medianoche, CFK loaba los miembros de su partido político luego de conseguir un tercer puesto que sirvió para que ella tomara un poco de sinceridad y aceptara que “nunca había mentido”. El chiste se cuenta solo.
Aunque los planteamientos de las historias de Nicolás Maduro y Cristina Fernández de Kirchner sean diferentes a los relatos sobre Juana la Loca, algo sí está claro: su ceguera les va a llevar al aislamiento, como terminó la vida de Juana I de Castilla. Después dirán ustedes quiénes son los locos; si ellos o nosotros.
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